lunes, 3 de marzo de 2014

Ucrania y la visión superficial de una realidad compleja


Ucrania es un país que nos queda muy lejos, ocurre no nos sentimos del todo seguros  con la pronunciación del sustantivo, imaginarla en el mapa no es fácil, sin embargo, el alto nivel de globalización que vivimos en el presente nos lleva a que sea un tema de actualidad, la información de los medios, parece que nos invita a tomar posición, aunque sea comodamente sentados, desde nuestro palco de occidente, y queramos hacerlo o no hasta nos influye el pensamiento único, que nos induce, a veces sin demasiada autocritica a sentirnos los heraldos de la libertad para los pueblos oprimidos.
Sí, seguramente hay una cuota de ironía en este comentario, pero quien subscribe es el primero que asume que nos pasa realmente, que opinamos con demasiada contundencia para  la información real que tenemos, por eso quiero aplicarme comprender realmente lo que pasa en Ucranía, curiosamente en mis años de estudiante me toco darle la bienvenida a un presidente de la republica cuando petenecía fuertemente a la antigua URSS; pero más alla de esta anecdota, Urania es uno de esos países complejos que encierran culturas ancestrales, que tienen diversidad etnica y que han pasado por muchos cambios políticos a través de la historia.

El Estado de Ucrania, que surge del derrumbe y desaparición de la Unión Soviética en 1991, es una suma de territorios con distintas biografías históricas y distintas influencias exteriores, las cuales se superponen, se entrelazan y se disuelven a lo largo de los siglos. El primer Estado de los eslavos orientales, la Rus de Kiev en el siglo IX, está en las raíces culturales y de identidad de Rusia y Ucrania y de ahí la importancia que tiene Kiev como punto de referencia para los dos países vecinos, pues fue allí donde el príncipe Vladimir el Grande adoptó el cristianismo de Bizancio en el año 988.
A lo largo de los siglos, el territorio de la actual Ucrania ha sido escenario de los avances y retrocesos de diversos conquistadores, como el Estado Polaco-Lituano, la Rusia zarista, el Imperio Austrohúngaro y el imperio Otomano. En sus expansiones, estos conquistadores incorporaban a sus dominios a pueblos de lealtades cambiantes, que conservaban, no obstante, sus propias características y sus propios intereses. Ucrania es la tierra de los cosacos, hombres guerreros que servían a uno u a otro invasor, sellaban y rompían alianzas, siguiendo siempre sus propios intereses y aspirando a su propia independencia. La tradición cosaca puede considerarse como uno de los componentes de la identidad ucrania actual y su estudio ayuda a comprender actitudes que se reflejan en los procesos políticos actuales.


En la historia de Ucrania hubo varios intentos de crear Estados, siendo los proyectos más notables el Estado cosaco de Bogdán Jmelnitski, que pactó con el zar de Rusia Alexei Mijáilovich (1654), y en el siglo XX el proyecto de la República Popular de Ucrania y la Ucrania Soviética, ambos en 1918.
La influencia del imperio Austrohúngaro y del imperio zarista se refleja en los dos mundos culturales que predominan en la Ucrania de hoy. En el entorno de influencia austrohúngaro predomina la tradición de los uniatos (grecocatólicos de rito oriental que se someten al Vaticano) y en el entorno dominado por el imperio zarista, la religión ortodoxa.
También los idiomas dividen a Ucrania. El idioma ucranio se benefició de la diversidad aceptada en los territorios del imperio austrohúngaro y fue reprimido por la política zarista. De ahí que en los territorios del oeste el idioma ucranio sea predominante, y en el este lo sea el ruso, aunque entre estas dos lenguas hay diversas variedades dialectales (el surzhik) que los combinan.
El territorio de Ucrania (más de 603.000 kilómetros cuadrados) se consolidó como una unidad administrativa en época de la Unión Soviética. Ucrania fue una de las 15 repúblicas socialistas soviéticas federadas en la URSS y formalmente era un país con representación en la ONU (al igual que la República Socialista Soviética de Bielorrusia) y voluntariamente integrado en la Unión Soviética. En virtud del pacto de la URSS con la Alemania nazi en el otoño de 1939, Stalin incorporó a Ucrania territorios procedentes del derrumbe en 1918 del imperio Austrohúngaro, que habían pasado a ser parte de países como Polonia y Rumania, y también territorios que habían pertenecido al imperio zarista. Fue así como se sumaron a Ucrania los territorios de la Galizia oriental, la Bukovina del Norte y la Volhyna. Cierto es que a los dirigentes soviéticos trazaban los mapas a su antojo y despojaron a Ucrania del Transdniester, para formar lo que actualmente es Moldavia, y también de territorios orientales que ahora forman parte de Rusia. En 1946, Stalin unió a Ucrania la región de la Transcarpatia cedida a la URSS por Checoslovaquia. En 1954, Nikita Jruschov le incorporó la península de Crimea, perteneciente a Rusia desde el siglo XVIII y, antes, un floreciente janato tártaro.

Este conglomerado multicultural forma hoy un país de 24 provincias y una región autónoma (Crimea), donde el único idioma estatal es el ucranio, aunque existen otras lenguas reconocidas en las regiones, tales como el ruso. En Crimea, que goza de un estatus especial, el ruso es de hecho una lengua cooficial.
Los ucranios del este y del oeste han sufrido todos ellos la experiencia represiva soviética. En el este, la hambruna, el Golodomor, que causó la muerte de millones de personas a principios de los años treinta, y en el oeste, las deportaciones a Siberia que siguieron a la anexión soviética en 1939 y tras la Segunda Guerra Mundial.

Entre las dos Ucranias es posible encontrar denominadores comunes y, en épocas de paz y prosperidad, ambas partes tienden a acercarse. Es más, las dos Ucranias quisieran un gobierno democrático por encima de las diferencias culturales. Sin embargo, cuando los hilos se tensan y se plantean los conflictos de lealtades, todos y cada uno de los ucranios tiende a sus referentes tradicionales, ya sea en Europa ya sea en Rusia.

La fuerza del mapa coloreado que representa las viejas naciones se sobrepone con frecuencia sobre una realidad mucho más precaria y frágil. Esa Ucrania que parece encontrarse ahora en un momento crucial de su historia tiene solo 22 años de vida como nación política unida e independiente. Su nombre eslavo no es ni siquiera el de un país, sino literalmente el de la frontera, que es lo que significa su denominación. Todo lo demás son proyecciones del presente sobre el pasado y fantasías habituales en la narrativa nacionalista. Según el investigador de la Fundación Juan March, Leonid Peishakin, “si hay algo que define la experiencia ucrania es la división, entre la unión polaco-lituana y Rusia desde 1569 hasta 1795, los imperios austríaco y ruso entre 1795 y 1917, y el catolicismo griego y la ortodoxia rusa desde 1596 hasta hoy”.


Las raíces de la actual división de Ucrania en dos segmentos al borde de la guerra civil están inscritas así en su historia y su personalidad. Según un diplomático británico que viajó allí en 1918, cuyo testimonio recoge el historiador Orlando Figes, “si preguntamos a un campesino medio de Ucrania cuál es su nacionalidad nos dirá que es griego ortodoxo; si le preguntamos si es granruso, polaco o ucranio, nos diría probablemente que es un campesino; y si insistiéramos respecto a qué lengua habla, nos diría que la lengua local”.

La división actual responde en un primer plano a la doble opción que se les ha venido ofreciendo a los ucranios entre la integración en la Unión Europea, tal como corresponde a su pasado austro-húngaro, y el regreso a Rusia, ahora en forma de una unión aduanera, que recrea tanto el expansionismo del viejo imperio zarista como el de la desaparecida Unión Soviética. En un segundo plano afecta también a dos modelos políticos, sea la democracia soberana corrupta y autoritaria que Yanukóvich intenta mantener a flote mediante sus poderes presidenciales, sea el régimen parlamentario de tipo occidental demandado por los manifestantes. Pero incide en la propia identidad y existencia del país, es decir, en la improbable capacidad de los ucranios para mantenerse unidos a partir y no a pesar de estas diferencias que han venido separándoles hasta ahora y que en este momento les sitúan al borde de la guerra civil. (El País, 19 de febrero 2014)
Hay muchas responsabilidades en el deslizamiento violento del conflicto que empezó en noviembre tras la negativa del presidente Yanukóvich a firmar el acuerdo de asociación con la Unión Europea y su decantación en favor de Putin. La primera, del propio presidente ucranio, inepto y mendaz hasta molestar a su propio patrono del Kremlin. También las tiene el presidente ruso con sus ambiciones imperiales frente a Washington y Bruselas. Son evidentes las de la vacilante Unión Europea. Y no puede faltar la oposición, incapaz de controlar un movimiento que ha ido cayendo en el descontrol de la violencia o bajo el control de la extrema derecha.

Ucrania vive una mezcla de conflicto civil y de guerra geoeconómica que está derivando hacia la contienda armada. Están en juego las fronteras de Europa, e indirectamente la capacidad de la UE para existir en el mundo. Pero lo más sustancial concierne a los ucranios y es su capacidad para construir Ucrania juntos, país que solo podrá sobrevivir si consigue convertirse en un Estado democrático que respete e incluya todas las diferencias e identidades.

Con algunos datos como estos, lo que nos puede sucitar es a tomar una posición más consciente, pero especialmente a hacernos preguntas, sobre el destin, el futuro de este país, sobre las dinámicas democráticas que generamos en occidente, sobre las lecciones históricas que no aprendemos, o los errores hist´rico-políticos que se repiten.

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