lunes, 24 de marzo de 2014

La Sexualidad en personas con capacidades especiales

Pensamos que las personas con discapacidad tienen tantas necesidades y problemas que no les quedan ganas de sexo, sin embargo, esto está muy lejos de la realidad, presento esta iniciativa que me parece inspiradora, deseo que les guste y la comenten.
 
Francesc Granja recibe en la cama pulsando un mando que abre la puerta de su casa. Vive en un luminoso piso de la Villa Olímpica de Barcelona adaptado a la tetraplejia que le causó un accidente de coche hace 20 años, cuando regresaba de una reunión. Suele desplazarse en silla de ruedas, pero hoy unas llagas lo retienen. A su lado están María Clemente, psicóloga especializada en neurorehabilitación, y Eva, asistente sexual, dos patas fundamentales de Tandem Team, la asociación sin ánimo de lucro que preside Granja, dedicada a la asistencia sexual de discapacitados mediante voluntarios.
Los tres siguen un debate que se ha generado espontáneamente en torno a otros dos visitantes en la habitación de Francesc. ¿Hay que tener cuidado con no enamorarse? Conversan Felipe y Lau (ambos, nombres ficticios). Felipe sufre una paraplejia de tercera y cuarta vértebra. Lau es la asistente que conoció por medio de Tandem, y defiende con pasión que los encuentros deben ser sinceros, nunca una ficción sentimental:
—Tengo pareja, pero en el rato que estoy con un usuario se convierte en el hombre de mi vida.
—Es que no hay que ir con miedo —asiente Felipe— Puedes enamorarte porque estás muy necesitado, pero también de la panadera o de cualquiera que te trate bien. Aquí sabemos los dos en qué andamos.
—Pero hay que entregarse, porque es una cuestión de amor, que para mí es lo fundamental.
—En todo caso —media María— si detectamos a personas dependientes psicológicamente les aconsejamos no recurrir a un asistente porque pueden salir heridos.
En el 50% de los casos no hay coito. Muchos quieren ver un cuerpo desnudo o acariciarlo”, explica una psicóloga
Lau, de 38 años, estudió enfermería y veterinaria. Imparte talleres de tantra y, cuando una amiga le habló de Francesc y su proyecto, exclamó: “Eso es para mí”. Su perfil encajaba con el del asistente que busca la asociación: experiencia sociosanitaria, sin motivaciones económicas, una concepción de la sexualidad no solo genital… La entrevistaron sobre los límites que se fijaba respecto a prácticas sexuales y familias de discapacidades —algunos asistentes los establecen en las amputaciones, determinadas complicaciones higiénicas o rasgos físicos impactantes, como los de la acondroplasia (enanismo)— y respondió que ninguno, que dependería del momento y la persona, “como en cualquier relación”.
Unos días después, Felipe y Lau se vieron para tomar un café. Se cayeron bien y se citaron para un encuentro más íntimo. Felipe, de 42 años, había tenido desde que está en silla de ruedas una relación, pero no funcionó, y otra vez se acostó con una prostituta: “La chica iba con contador, y eso para alguien con mis problemas no funciona”. Su experiencia con Lau le ha revivido: “Recuerdas sentimientos que creías muertos”.
Él es uno de los 45 usuarios de la asociación, constituida en octubre de 2013. Igual que tienen más demanda masculina, también se ofrecen más voluntarios varones, aunque, tras descartar al 50%, los 15 con los que están trabajando guardan un equilibrio entre hombres y mujeres. Además, trabajan con diferentes tendencias sexuales. “Precisamente con el primer usuario nos llevamos una sorpresa”, sonríe Francesc.
Tandem no cobra por poner en contacto a asistentes y usuarios, y recomienda que, en caso de que medie una compensación entre ellos, no rebase los 75 euros. “Suele ser de unos 50, porque hay que desplazarse a casa del usuario, aparcar, comer fuera…”, explica Eva. “Pero muchas veces no cobramos: no es la motivación”. La asociación se mantiene de momento con las aportaciones de Francesc (que es profesor de ESADE y recibe una pensión) y el trabajo voluntario de María. “Aspiramos a un mínimo de ingresos para mantener la estructura”, explican.
La iniciativa ha generado expectación en el colectivo. “A los discapacitados se nos ha considerado angelitos asexuados, pero no es así”, dice Francesc. Hace mucho que existen asistentes y prostitutas que trabajan el campo, pero a escondidas. Mientras, en Europa el debate se ha ido haciendo público. El país que más lejos ha llegado en reglamentación es Suiza, aunque con un modelo que muchos consideran intervencionista, con encuentros mensuales y asistentes certificados con un diploma universitario. Bélgica, donde opera la asociación que Tandem toma como modelo, se mueve en una alegalidad muy comprensiva. De una forma u otra, en Dinamarca, Suecia, Holanda y Alemania la asistencia se practica. Y en Francia, pese a que el año pasado un Comité Nacional de Ética aconsejara al Gobierno que no la legalizase, la controversia continúa, gracias en parte al éxito de la película Intocable.

“Hay distintos modelos”, explican Esther Sánchez y María Honrubia, “pero lo fundamental es revelar que el problema existe”. Sánchez, enfermera y máster en sexología, y Honrubia, psicóloga, presiden la Asociación Nacional de Salud Sexual y Discapacidad (Anssyd), que el 14 de marzo organizó junto a otra asociación (Sex Asistent) el primer curso en España de acompañamiento y asistencia sexual. Costaba 100 euros y se dirigía a “interesados en formarse y ejercer una labor profesional en relación con la asistencia sexual”. Tuvo 15 inscritos, desde fisioterapeutas a profesionales del sexo. “La formación es muy práctica, aclarando en qué consiste un servicio: que se pueden encontrar con una persona que lleva un colector, con problemas mentales, cómo reaccionar ante una subida de tensión…”, cuenta Sánchez.

Por motivos de confidencialidad, Anssyd no accedió a que EL PAÍS asistiera a las clases. La asociación reconoce que el curso puede resultar controvertido. “Hay un vacío legal respecto al asistente y su cercanía a la prostitución. Pero en el 50% de los casos no hay coito. Muchos usuarios quieren ver un cuerpo desnudo o acariciarlo. Eso es una experiencia alucinante. Incluso hay discapacitados cognitivos que solo quieren afecto físico; y, por ley, eso no se lo puede dar un cuidador normal”, explica Honrubia.
El camino hasta estas jornadas ha sido duro. “Llevamos 25 años como docentes”, cuentan, “y solo ahora se nos empieza a reconocer”. Durante dos décadas las dos profesionales han soportado el recelo de colegas que no creían en el objeto de sus investigaciones. Pero en estos años se han fraguado la Convención de los Derechos de las Personas con Discapacidad (ONU, 2006) o la Ley Orgánica de Salud Sexual y Reproductiva y de la Interrupción Voluntaria del Embarazo de 2010 (la reducida popularmente a ley del aborto de Zapatero), que establecía la necesidad de formar a profesionales y dio pábulo a la proliferación de asociaciones por los derechos sexuales de los discapacitados. Todas esas iniciativas fueron barridas por la crisis.
“Existe un mito según el cual si hablas de la sexualidad, la despiertas”, cuenta Sánchez. “Pero el deseo está ahí, silenciado. No te imaginas cuánto sufrimiento hay escondido”. No exageran: personas que no han querido que se publiquen sus nombres narran historias duras: 20 años de un matrimonio sin sexo que se mantiene por los hijos, padres que masturban a enfermos mentales…
No parece que de momento se vayan a encontrar soluciones sencillas a estas barreras. Las primeras viven en los bordes de la ley. En un piso de Barcelona Lau se despide con besos y abrazos de Felipe.

miércoles, 12 de marzo de 2014

Testimonios de la tragedia del 11-M




Yo viajaba en el último vagón del tren de El Pozo. Nada más cerrarse las puertas, explotó el penúltimo. La gente se abalanzó sobre la puerta. Conseguí salir, había muchísimo humo. No se veía nada. 
Alguien gritó: ‘¡Ha sido una bomba!", relata Silviu Jarnea, superviviente de los atentados. "La gente corría hacia las escaleras. Le dije a mi amigo Julián: ‘Vamos a ayudar’ y fui hacia el humo. Él me pidió que no fuera, que podía haber más bombas, pero yo no le oí, me lo dijo después. Entré en el vagón que había explotado. Nadie se movía. Veía siluetas. No sabía si de hombre o de mujer. Vi a un chico joven, boca abajo, su cabeza ardía. Apagué el fuego, pensando que así podrían identificarle mejor. Entonces vi a una señorita que me miraba. Estaba casi desnuda.Tenía unas gomas en los tobillos. Luego comprendí que era lo que quedaba de sus medias. Pasó su brazo por detrás de mi cuello y la saqué del tren. No hablaba. La senté en un banco en el andén y volví al vagón. Quería ayudar a más, no sabía a quién primero. Luego vi que el chico al que le ardía el pelo tenía el móvil al lado de la cabeza, había intentado llamar a alguien. Yo pensaba que estaba muerto. Y llamé al 112. Les dije: ‘¡El Pozo!’. Ya lo sabían. Seguí ayudando hasta que llegó la policía. Llevaban la pistola en la mano. Entonces yo no tenía papeles. Salí corriendo...”.

Silviu Jarnea relata de un tirón, como si hubiera ocurrido ayer, sus recuerdos del 11-M. Entonces tenía 29 años. Una década después sigue atormentándose. “Pienso en el chico que yo creí muerto y que había intentado llamar a alguien y en aquella chica que yo dejé semidesnuda en un banco del andén, a las ocho de la mañana. Después de los atentados he leído mucho sobre cómo actuar en esas situaciones. Aprendí lo importante que era hablar a los heridos para que no se durmieran y mantenerlos calientes. Entonces yo no sabía nada. Me siento muy culpable. Cuando salí, vi cosas terribles. Un hombre herido le tapaba los ojos a un niño. Vi mi cazadora y los zapatos llenos de sangre. Y sentí que perdía toda la fuerza. En ese momento no habría sido capaz de sacar a la señorita del vagón. No sé si se salvó...”. Silviu señala en El Pozo las marcas en el suelo del antiguo banco, donde dejó a la mujer.
Volvió a casa del peor atentado de la historia de España con solo unos cortes en las manos. O eso pensaba. Porque a los pocos días, se dio cuenta de que le costaba horrores levantarse. Tenía pesadillas. Le daban ataques de pánico al subir al tren. A veces salía antes de que cerraran las puertas. Otras lograba recorrer un par de estaciones. A Silviu, como a centenares de personas, le diagnosticaron estrés postraumático.

El paso del tiempo no reduce la posibilidad de sufrir esa patología. “Ahora afloran secuelas psicológicas que al principio no aparecieron y también físicas, porque muchos que perdieron oído ahora padecen sordera total”, explica Sonia Ramos, directora general de Apoyo a Víctimas del Terrorismo. La cifra de personas a las que el 11-M cambió la vida asciende a 3.000, explica, entre familiares de los 192 fallecidos [191 en los trenes y un policía en la inmolación de los terroristas en Leganés]  y los 2.084 heridos y sus familias. Siete sufren aún una "gran invalidez" y requieren de la asistencia de una persona para moverse; 21 están considerados como "incapacitados permanentes absolutos"; 61 son “incapacitados permanentes totales” y 28 padecen "incapacidad permanente parcial". El antecesor de Ramos, José Manuel Rodríguez Uribes, elogia a las víctimas: “A pesar de ser un atentado islamista, no hubo reacciones xenófobas, como ocurrió en otros países”.
Silviu acude periódicamente a terapia. “En la primera, de grupo, una señora contaba que oía constantemente su móvil e iba a cogerlo pensando que era su marido. Pero el teléfono no sonaba y su marido había muerto”. Su terapeuta le recomendó volver a El Pozo. “Fui con mi hija de tres años. Ella me preguntó: ‘Papá, ¿por qué estamos aquí?’ Y yo le dije: ‘Aquí murió mucha gente’. Ella me preguntó: ‘¿Tú te has muerto aquí?’ Y no pude aguantar las lágrimas”.
Muchos de los supervivientes del 11-M se sienten culpables: de haber sobrevivido, de no haber ayudado a más gente. Como Silviu, como Araceli Cambronero, que viajaba en los trenes de Atocha: “El psiquiatra me preguntó si me sentía viva y le dije que no. Entre otras cosas porque me siento culpable de estar viva y de no haber hecho nada más aquel día que correr”, explica. Araceli llamó a su marido desde la estación tras la explosión. “Le dije que me despidiera de los niños. Pensaba que no salía de allí, que iba a explotar Madrid”.
Mientras, familiares que llamaban a los móviles que tronaban en la improvisada morgue del Ifema repiten un pensamiento similar: que la vida, de alguna manera, también terminó para ellos aquel 11 de marzo. Algunos han convertido las habitaciones vacías en altares; otros han escondido todas las fotografías. Algunos han hecho del recuerdo de sus seres queridos y el apoyo mutuo una misión que ocupa cada minuto de sus vidas. Otros, como los padres de Laura, en coma vegetativo desde aquella mañana de marzo, han pedido a los especialistas del Ministerio del Interior que hacen seguimiento de las víctimas que no les llamen más, y cada día, en la intimidad -violada solo una vez por un periódico que se coló en el hospital para robar una foto de Laura-, van a ver a su hija. La última vez que la oyeron hablar fue hace 10 años. Ella tenía entonces 26.

José Luis Sánchez, viudo de Marion, lamenta no haber tenido tiempo de despedirse. “Ella se levantó antes de la cuenta esa mañana. Yo estaba en la ducha y le pedí que esperara a que saliera, pero no me esperó”. Antes no creía en esas cosas, explica, pero ahora está convencido de que su mujer ya no está con él “por el destino”. Por eso y porque un grupo de terroristas quiso “emular” en Madrid el 11-S. No quiere darle más vueltas. "Si no, no vives".
“Hace una década del atentado, pero para nosotros el reloj se paró aquel día. Todos los días son 11 de marzo”, explica Juan Benito, padre de Rodolfo, que tenía 27 años cuando murió en los trenes. “Los aniversarios son igual de duros que cualquier otro día. Igual de duros que los cumpleaños, las navidades, las vacaciones, que el día que terminó la carrera, que cuando ves a un chico joven que se casa...Todo te trae el recuerdo de lo que pudo ser y no fue”.

Benito ha convertido el recuerdo de su hijo, ingeniero industrial, en una hermosa idea: la Fundación Rodolfo Benito Samaniego, que entre otras actividades, entrega, con la ayuda del colegio de ingenieros, un premio a la innovación tecnológica al mejor proyecto fin de carrera a estudiantes brillantes, como lo había sido Rodolfo. “ Aquella mañana iba en el tren a trabajar. Me lo imagino, con su cartera, con sus libros... estudiando en el tren. Su deseo era dedicarse a la enseñanza”, recuerda su padre. La fundación entrega también un premio a los valores que Rodolfo defendía: la tolerancia, la convivencia. El último premiado ha sido el Padre Ángel.
“Todos los días aprendes cosas. También que para algunos la memoria es más frágil. Lógicamente es así: la gente tiene sus obligaciones, sus problemas y no se puede pretender que lo que a ti te afecta sea el día a día de los demás. La vida ha continuado para todo el mundo, pero para nosotros de una forma diferente, porque nosotros seguimos anclados en el 11 de marzo de 2004”, explica Benito.
Diez años después , muchos viven cada día una extenuante batalla para no venirse abajo. A algunos les cuesta hablar del 11-M. Otros, como Silviu, lo hacen con profusión de detalles, para que no los coma por dentro. “Conozco a una chica rumana herida en el atentado. Era guapísima, un bombón. Ahora la ves y parece una anciana. Apenas habla del tema. De hecho, apenas habla”.

El perfil de las víctimas, según Interior, es el siguiente: la mayoría eran “clase media-trabajadora que se dirigía a sus lugares de trabajo. Estudiantes”. El 78% tenía entre 36 y 65 años; el 17% entre 21 y 35. El 34% eran inmigrantes de 34 nacionalidades, como Silviu, rumano, que vino a España buscando una vida mejor y casi la pierde. Yolanda sobrevivió, pero perdió en los trenes a su marido, Wieslaw y a su bebé, Patricia, de siete meses. Eran polacos. Cristina Mora Palomo logró salvar dos vidas aquel 11 de marzo: la suya y la de su hija, Arantxa, que el próximo 24 de mayo cumplirá diez años.

lunes, 10 de marzo de 2014

10º Aniversario del 11-M


Salia de dar mi clase de ética a primera hora, y me iba hacia Madrid para hacer un curso de psicología,conforme avanzaba en esa dirección, un eco mudo y trágico se extenda en dirección contraria, la noticia empezo a sacudir todos los ambientes como una ola expansiva: EL DÍA MÁS TERRIBLE




Poco a poco nos fuimos quedando en silencio,
el paisaje se lleno de muertos
y buscamos y buscamos a nuestros seres queridos...
pero no pudieron contestarnos...



Para que nunca más se derrame sangre inocente,
porque...
todos ibamos en ese tren

hermanos y hermanas queridas
siempre están con nosotros
Su memoria 
será la fuerza
para construir la paz

Ucrania: ¿Libertad o liberalismo?, ¿quién se beneficia?

Continuando el análisis  de la realidad de Ucranía, he encontrado el artículo de Pablo Aragón, que cuestiona con argumentos la información que nos llega, y profundiza en los intereses económicos que tantas veces sólo se aducen de forma superficial en las noticias. En realidad, es muy probable que lo que está en juego es el petroleo de Crr
Lo que estos mentecatos quieren hacernos creer es que Ucrania está en medio de una revolución, en la que triunfará la libertad, el constitucionalismo, el europeísmo de sociedades abiertas, que representan los resistentes de la plaza de la Independencia de Kiev (el “Maidán”), por oposición al oscurantismo autoritario, rusófilo, cerrado, que representa el, al parecer derrocado, presidente Víktor Yanukóvich. Y, para que no nos queden dudas, el singular profesor y sus repetidores nos cuentan que los “luchadores por la libertad” cuentan con la angelical protección de la Unión Europea (UE) y Estados Unidos, mientras que el defenestrado Yanukóvich y su Partido de las Regiones apenas tiene el amparo del diabólico Vladímir Putin en Moscú.

Pues bien. Nada de esto es cierto, así como está planteado, y si hubiera que hacer un resumen de la situación habría que decir que en esta obra no hay ángeles, y solo hay villanos, así como que quienes se aprestan a pagar por los platos de esta tragedia son los 45 millones de ucranianos cuya economía se ha desfondado y cuyo país hoy está en serio entredicho. El régimen que viene de caer es una típica excrecencia postsoviética: comunistas reciclados, mayormente fuertes en la zona oriental del país, donde la influencia rusa y el peso de la industria pesada son mayores, sostenidos por un pacto como poderosos “oligarcas”, dueños de los resortes de la economía, como Rinat Ahmetov, Víktor Pinchuk e Igor Kolomoisky. 



Lejos de ser una brutal dictadura, este régimen ha sido débil e indeciso desde la primera hora, alternando días de represión con noches de concesiones, sumando a ello una indescriptible inepcia y, lo que no es menor, hostilizando a Rusia y su presidente Putin, por la vía de literalmente robar el petróleo que, por sus gasoductos, viaja de Rusia a Europa Occidental. Yanukóvich es, desde hace tiempo, mala palabra en Moscú, y su principal enemiga, la hoy liberada ex primer ministra Yulia Timoschenko, cumplía pena de prisión bajo el cargo de haber firmado un acuerdo dañino para Ucrania con Rusia.

El patrocinio oligárquico al régimen es, desde hace tres meses, historia. Cualquiera que lea los diarios sabe que Yanukóvich se ha quedado apenas con el círculo íntimo de lo que se conoce como la Familia (familiares y amigos enriquecidos por el poder), en tanto los verdaderos oligarcas han abierto canales de diálogo con Maidán y, lo más importante, con la UE: la caída de Yanukóvich ya nada les representa.

La Unión Europea, ese ángel tutelar de la futura democracia ucraniana, está en el origen de esta guerra civil en suspenso. Cuando un desesperado Yanukóvich acudiera, el año pasado, a Bruselas a fin de suplicar por un salvavidas para la economía ucraniana, los eurócratas característicamente respondieron ofreciendo un “acuerdo” lleno de promesas floridas y guiñadas sugerentes, pero vacío de contenido: nada había que incluyera dinero, acuerdos comerciales, invitación a iniciar el proceso de afiliación a la UE, o siquiera un arreglo migratorio que permitiera el acceso de los ucranianos al oeste de Europa. Sin nada en las manos, Yanukóvich no tuvo más remedio que suplicar a Moscú, donde se le dijo que la oferta rusa seguía en pie: fondos de asistencia por US$ 5.000 millones, ingreso a una unión comercial en ciernes en el centro de Europa, y mantenimiento de los acuerdos comerciales existentes: el único balón de oxígeno de la vetusta industria ucraniana. ¿Qué hubiera hecho usted en sus zapatos?

Con esta traición de la UE es que nació la violencia de Maidán hace tres meses. A ella pronto se le sumó Washington, haciendo lo que mejor sabe hacer: agitar el avispero, alentar a los manifestantes, urdir el derrocamiento de Yanukóvich y, claro, no hacerse cargo de ninguna de las consecuencias. “Fuck the European Union!”, se le oyó decir en una grabación a la enviada estadounidense Victoria Nuland mientras discutía cómo derrocar al gobierno ucraniano con el embajador de su país. Y, claro, Washington y Bruselas ya estaban la semana pasada poniendo en escena sus anticuados numeritos de cancelar visas a gobernantes ucranianos como respuesta a la alentada y creciente mortandad en las calles de Kiev. Una vez más, los “extras” de la película los ponía el anónimo pueblo ucraniano.


Y como seguramente el nivel de análisis de Ucrania haya sido, en Washington y  Bruselas, el de embrollones como el profesor Snyder, o Wikipedia, lo que los atizadores del conflicto han terminado por enterarse es que ni siquiera Maidán es un territorio puro: lejos de ser un espacio liberado, en el que jóvenes idealistas juran morir por la libertad, allí han comenzado a campear por sus respetos los grupos ultra-nacionalistas ucranianos como Svodoba, que dirige Oleh Tyahnybok, o Sector Derecha, rebrotes de algo que un libro de historia cualquiera les hubiera indicado crece muy bien en Ucrania, y es el extremismo antisemita. “Grupúsculos”, dicen los plumíferos en New York, tal como decían de los amigos de Hitler en la década de 1930.


Tyahnybok es claro en cuanto a qué busca en Maidán: derrocar a la “mafia judeo-moscovita”. La base de operaciones de su partido está en la occidental ciudad de Lviv, que esta semana amenazó con salir de Ucrania, a fin de integrarse a la Europa libre y abierta que se nos presenta: en la misma semana que homenajeaba a Stepan Bandera, un líder nacionalista ucraniano que sumó fuerzas con Alemania en la segunda guerra, y colaboró activamente en los pogroms nazis en Ucrania.

Sector Derecha no está a la zaga: se sueña guerrilla, y quiere una “revolución nacional”. Como Svodoba, distan de ser neonazis europeos: son nazis de la primera hornada. En 2005, un diputado de Svodoba fundó el Centro de Investigaciones Políticas Joseph Goebbels, y declaró que el holocausto era un “momento brillante” de la historia europea, en tanto otro aseguró que las 300 ovulaciones de cada mujer ucraniana, y las 1.500 eyaculaciones de cada uno de sus hombres eran “tesoros nacionales” más preciosos que el hierro o el petróleo.

A estos dementes la intelectualmente desfondada UE  ha engañado con acceso migratorio a Occidente, mientras los ungía como “luchadores por la libertad”. Hoy, la rusófila península de Crimea comprensiblemente agita su secesión, pidiendo protección a Rusia. ¿Esta es la revolución que se procuraba? ¿Este es el sueño liberal de Bruselas y de Washington? Muy pronto lo sabremos

miércoles, 5 de marzo de 2014

Ucrania: una perspectiva diferente


Anteriormente mencionabamos la importancia de crítica y reflexión así como conocimiento para asumir una postura lúcida frente a situaciones de la realidad actual, quienes nos interesamos por el rumbo del mundo en el que vivimos sabemos que nada de lo humano es ajeno y que todo nos afecta a todos. Comparto este artículo de Jorge L. Daly, que es escritor y economista político. Actualmente ejerce cátedra en la Universidad Centrum-Católica de Lima:
"Leo los despachos que cubren la crisis de Ucrania y pienso que vivimos de nuevo la pesadilla de 1914 o la de 1939. No sugiero, amigo lector, que los sucesos que hoy enlutan a este país preludian otra gran guerra o su espantosa secuela un cuarto de siglo más tarde. Una diferencia importante es que el cinismo e hipocresía que permean por igual el actuar de democracias y autocracias no da espacio al elan romántico que cautivó la imaginación de los millones que posteriormente encontraron la muerte en las trincheras. Otra es que la Rusia de Putin no tiene el poderío para tragarse un país entero como lo hizo Hitler con Checoslovaquia primero y Polonia después, ni Occidente los medios o las ganas para impedirlo. Me refiero, más bien, a que la bancarrota moral e imbecilidad de los líderes de las potencias involucradas es la misma de antaño, a que su conducta refleja el mismo egocentrismo insano y el desconocimiento de la historia. Y también algo mucho peor: la incapacidad para reconocer la humanidad del “otro” que, en un tris, muta en su demonización.
Me amparo en Melville para entender la situación. En Moby Dick, el escritor nos dice que el alma es como Tahití, una pequeña isla rodeada de un inmenso océano donde flotan los deshechos, restos, inmundicias y escombros que arrojan la codicia, egoísmo, crueldad y violencia, vale decir, los rasgos distintivos de una conducta humana definida por el pensamiento irreflexivo, la preeminencia del ego y la inclinación a la insania. Este océano es el mundo de la realidad palpable, sus aguas polutas que no se purifican por no encontrar solaz en ese otro mundo que no es menos real: el Tahití, el verdor donde florece el esplendor, la belleza y la paz de espíritu. Es en este océano que los líderes de ayer y hoy nos han enseñado a navegar nuestras vidas distrayéndonos con juegos que nos separan unos de otros y que, como lo registra la historia, a veces desatan tormentas que asolan la existencia humana con dolor y muerte. Nuestros líderes no aprenden y nosotros tampoco porque no obstante intuir que no inspiran confianza, seguimos y observamos su proceder con desidia. Menos aún aprendemos con los juegos que se parecen a dramas que resaltan las luchas que empinan al fuerte sobre el débil, esos dramas que encandilan porque nos despiertan arrebatos de superioridad o espantos de inferioridad. Alejados de Tahití, no podemos reparar, qué lástima, en que solamente alimentan la irracionalidad como sentimientos efímeros e ilusorios.

Bueno, ahora somos espectadores de este juego que se llama Ucrania que enfrenta al nuevo gobierno de Kiev en alianza con Occidente con el malo de Putin. Claro, es cierto que en una confrontación no se admiten las medias tintas pero de todos modos sorprende con qué facilidad el discurso oficial, conveniente cuan irreflexivamente propagado por los medios de más importancia e influencia, se adapta para maquillar sucesos que incomodan y para difuminar el perfil del adversario de turno. Admitamos sin ambages que la Rusia de Putin es la democracia ultra imperfecta o la autocracia súper perfecta, que su gobierno no es ajeno al matonismo, que el abuso zarista y estalinista en el vecindario pervive en la memoria histórica. Pero poco se mencionan hechos incuestionables: en encuesta tras encuesta, nunca ha habido una mayoría clara de ucranianos que ha expresado su preferencia para integrarse a la Unión Europea y a la OTAN; el gobierno saliente, incompetente y corrupto pero elegido democráticamente, sufrió indebida injerencia desde el exterior que contribuyó a su derrocamiento; los manifestantes, al igual que el gobierno, también recurrieron a la violencia y vandalismo; y los ahora encaramados en el poder que tienen el apoyo de Europa y los Estados Unidos denotan igual disposición al abuso y tolerancia por la corrupción. Al respecto, la designación de los oligarcas ucranianos a la jefatura de provincias del este del país es reveladora.
Flotando en ese océano poluto que lamenta Melville, nuestros líderes elaboran un mensaje de medias verdades que es elocuente tanto por su talante excluyente como por la condición mental que le da lugar. El asunto, parecen decir, es bien sencillo: con la toma de Crimea, Rusia ha violado la ley internacional, vulnerado la soberanía de otro país y demostrado irrespeto a las normas civilizadas de conducta que rigen las relaciones entre naciones. Que sufra entonces sanciones y mucho más si no da marcha atrás. Pero qué pena que no recuerden o sepan del Tahití, que tan sólo un momento de reflexión profunda enseña que no se persuade con la imposición, que la vida se enriquece con una genuina disposición para examinarse y para la comprensión del prójimo. Vea amigo lector, a mí me entristece constatar que desde Washington o las capitales europeas no se emitieron denuncias enérgicas ante la presencia entre los opositores del régimen depuesto de miles de simpatizantes con idearios abiertamente fascistas y anti semitas. La realidad en el nuevo Kiev es que los partidos de ultra derecha tienen importante representación en el gobierno. ¿Dónde se escuchan las voces de consternación? En verdad, nuestros líderes y analistas en los medios han sido mucho más rápidos para encontrar en la prepotencia de la Rusia de Putin los fantasmas de Sarajevo y el Sudetenland como para descontar con facilidad su memoria histórica, su recuerdo, por ejemplo, de los muchos ucranianos que con entusiasmo apoyaron a los nazis en el exterminio de millones durante la segunda guerra mundial.
Se puede atribuir esta clamorosa insensibilidad a la ignorancia, a la falta de clarividencia o simplemente al desdén pero yo encuentro que mejor la explica la convicción absoluta de que somos superiores al “otro.” Navegando sin brújula, perdidos en la niebla, no distinguimos que es mucho más lo que une que lo que separa. No somos capaces de vernos a nosotros mismos en el reconocimiento de ese “otro”-- de sus alegrías y penas, de sus felicidades y amarguras, de sus seguridades y temores, de su humanidad. Cuando no hay Tahití a la vista, vernos a nosotros mismos puede causar mucho miedo y por esta razón recurrimos a los dioses de la época que nos devuelven el sosiego al tiempo que reafirman el sentimiento de superioridad: un dios supremo, el libre mercado, y una diosa, la democracia política, a la que desde hace no menos de treinta años somete y prostituye a su gusto. Uno marca las pautas que importan en la vida real y la otra, en esta época que todo se banaliza, preside el ritual del entretenimiento. Este es el paquete que ofrecemos al nuevo Kiev sin importarnos que está patéticamente devaluado. ¿Tiene dudas? Preste atención, amigo lector, a las visitas que anuncian las altas autoridades del Fondo Monetario Internacional y apueste que, a cambio de unos cuantos dólares de alivio, el país tendrá que aplicar las políticas de austeridad económica. Precisamente las mismas que han sembrado la desolación y miseria en los países mediterráneos.

Es posible que el juego Ucrania adquiera mayor dramatismo pero es difícil que su final demore mucho tiempo más porque lo que está en juego cuesta demasiado y costará mucho más si los mercados financieros se tambalean. Al final los países que importan encontrarán una salida que les permita declararse, al menos, no vencidos. Que esto no le sirva de consuelo sin embargo porque todavía no veo en sus líderes la disposición para aprender la lección que verdaderamente importa. Esta no consiste en aparentar firmeza frente a un adversario a quien consciente e inconscientemente se demoniza, ni en buscar demolerlo con argumentos que subrayan una supuesta superioridad moral los que, vistos a la luz de los estragos que hemos causado en países del Medio Oriente, no resisten ninguna prueba de validez. No, la única lección que realmente vale parte por una lectura reflexiva de Melville, por el reconocimiento de que navegamos sin rumbo, sin darnos cuenta de que nuestra fidelidad a los esquemas mentales de 1914 o 1939 conduce a la locura. Qué necesario es, amigo lector, que los líderes en Washington, Berlín, París, Londres, Kiev y Moscú emprendan su viaje personal a Tahití"

lunes, 3 de marzo de 2014

Ucrania y la visión superficial de una realidad compleja


Ucrania es un país que nos queda muy lejos, ocurre no nos sentimos del todo seguros  con la pronunciación del sustantivo, imaginarla en el mapa no es fácil, sin embargo, el alto nivel de globalización que vivimos en el presente nos lleva a que sea un tema de actualidad, la información de los medios, parece que nos invita a tomar posición, aunque sea comodamente sentados, desde nuestro palco de occidente, y queramos hacerlo o no hasta nos influye el pensamiento único, que nos induce, a veces sin demasiada autocritica a sentirnos los heraldos de la libertad para los pueblos oprimidos.
Sí, seguramente hay una cuota de ironía en este comentario, pero quien subscribe es el primero que asume que nos pasa realmente, que opinamos con demasiada contundencia para  la información real que tenemos, por eso quiero aplicarme comprender realmente lo que pasa en Ucranía, curiosamente en mis años de estudiante me toco darle la bienvenida a un presidente de la republica cuando petenecía fuertemente a la antigua URSS; pero más alla de esta anecdota, Urania es uno de esos países complejos que encierran culturas ancestrales, que tienen diversidad etnica y que han pasado por muchos cambios políticos a través de la historia.

El Estado de Ucrania, que surge del derrumbe y desaparición de la Unión Soviética en 1991, es una suma de territorios con distintas biografías históricas y distintas influencias exteriores, las cuales se superponen, se entrelazan y se disuelven a lo largo de los siglos. El primer Estado de los eslavos orientales, la Rus de Kiev en el siglo IX, está en las raíces culturales y de identidad de Rusia y Ucrania y de ahí la importancia que tiene Kiev como punto de referencia para los dos países vecinos, pues fue allí donde el príncipe Vladimir el Grande adoptó el cristianismo de Bizancio en el año 988.
A lo largo de los siglos, el territorio de la actual Ucrania ha sido escenario de los avances y retrocesos de diversos conquistadores, como el Estado Polaco-Lituano, la Rusia zarista, el Imperio Austrohúngaro y el imperio Otomano. En sus expansiones, estos conquistadores incorporaban a sus dominios a pueblos de lealtades cambiantes, que conservaban, no obstante, sus propias características y sus propios intereses. Ucrania es la tierra de los cosacos, hombres guerreros que servían a uno u a otro invasor, sellaban y rompían alianzas, siguiendo siempre sus propios intereses y aspirando a su propia independencia. La tradición cosaca puede considerarse como uno de los componentes de la identidad ucrania actual y su estudio ayuda a comprender actitudes que se reflejan en los procesos políticos actuales.


En la historia de Ucrania hubo varios intentos de crear Estados, siendo los proyectos más notables el Estado cosaco de Bogdán Jmelnitski, que pactó con el zar de Rusia Alexei Mijáilovich (1654), y en el siglo XX el proyecto de la República Popular de Ucrania y la Ucrania Soviética, ambos en 1918.
La influencia del imperio Austrohúngaro y del imperio zarista se refleja en los dos mundos culturales que predominan en la Ucrania de hoy. En el entorno de influencia austrohúngaro predomina la tradición de los uniatos (grecocatólicos de rito oriental que se someten al Vaticano) y en el entorno dominado por el imperio zarista, la religión ortodoxa.
También los idiomas dividen a Ucrania. El idioma ucranio se benefició de la diversidad aceptada en los territorios del imperio austrohúngaro y fue reprimido por la política zarista. De ahí que en los territorios del oeste el idioma ucranio sea predominante, y en el este lo sea el ruso, aunque entre estas dos lenguas hay diversas variedades dialectales (el surzhik) que los combinan.
El territorio de Ucrania (más de 603.000 kilómetros cuadrados) se consolidó como una unidad administrativa en época de la Unión Soviética. Ucrania fue una de las 15 repúblicas socialistas soviéticas federadas en la URSS y formalmente era un país con representación en la ONU (al igual que la República Socialista Soviética de Bielorrusia) y voluntariamente integrado en la Unión Soviética. En virtud del pacto de la URSS con la Alemania nazi en el otoño de 1939, Stalin incorporó a Ucrania territorios procedentes del derrumbe en 1918 del imperio Austrohúngaro, que habían pasado a ser parte de países como Polonia y Rumania, y también territorios que habían pertenecido al imperio zarista. Fue así como se sumaron a Ucrania los territorios de la Galizia oriental, la Bukovina del Norte y la Volhyna. Cierto es que a los dirigentes soviéticos trazaban los mapas a su antojo y despojaron a Ucrania del Transdniester, para formar lo que actualmente es Moldavia, y también de territorios orientales que ahora forman parte de Rusia. En 1946, Stalin unió a Ucrania la región de la Transcarpatia cedida a la URSS por Checoslovaquia. En 1954, Nikita Jruschov le incorporó la península de Crimea, perteneciente a Rusia desde el siglo XVIII y, antes, un floreciente janato tártaro.

Este conglomerado multicultural forma hoy un país de 24 provincias y una región autónoma (Crimea), donde el único idioma estatal es el ucranio, aunque existen otras lenguas reconocidas en las regiones, tales como el ruso. En Crimea, que goza de un estatus especial, el ruso es de hecho una lengua cooficial.
Los ucranios del este y del oeste han sufrido todos ellos la experiencia represiva soviética. En el este, la hambruna, el Golodomor, que causó la muerte de millones de personas a principios de los años treinta, y en el oeste, las deportaciones a Siberia que siguieron a la anexión soviética en 1939 y tras la Segunda Guerra Mundial.

Entre las dos Ucranias es posible encontrar denominadores comunes y, en épocas de paz y prosperidad, ambas partes tienden a acercarse. Es más, las dos Ucranias quisieran un gobierno democrático por encima de las diferencias culturales. Sin embargo, cuando los hilos se tensan y se plantean los conflictos de lealtades, todos y cada uno de los ucranios tiende a sus referentes tradicionales, ya sea en Europa ya sea en Rusia.

La fuerza del mapa coloreado que representa las viejas naciones se sobrepone con frecuencia sobre una realidad mucho más precaria y frágil. Esa Ucrania que parece encontrarse ahora en un momento crucial de su historia tiene solo 22 años de vida como nación política unida e independiente. Su nombre eslavo no es ni siquiera el de un país, sino literalmente el de la frontera, que es lo que significa su denominación. Todo lo demás son proyecciones del presente sobre el pasado y fantasías habituales en la narrativa nacionalista. Según el investigador de la Fundación Juan March, Leonid Peishakin, “si hay algo que define la experiencia ucrania es la división, entre la unión polaco-lituana y Rusia desde 1569 hasta 1795, los imperios austríaco y ruso entre 1795 y 1917, y el catolicismo griego y la ortodoxia rusa desde 1596 hasta hoy”.


Las raíces de la actual división de Ucrania en dos segmentos al borde de la guerra civil están inscritas así en su historia y su personalidad. Según un diplomático británico que viajó allí en 1918, cuyo testimonio recoge el historiador Orlando Figes, “si preguntamos a un campesino medio de Ucrania cuál es su nacionalidad nos dirá que es griego ortodoxo; si le preguntamos si es granruso, polaco o ucranio, nos diría probablemente que es un campesino; y si insistiéramos respecto a qué lengua habla, nos diría que la lengua local”.

La división actual responde en un primer plano a la doble opción que se les ha venido ofreciendo a los ucranios entre la integración en la Unión Europea, tal como corresponde a su pasado austro-húngaro, y el regreso a Rusia, ahora en forma de una unión aduanera, que recrea tanto el expansionismo del viejo imperio zarista como el de la desaparecida Unión Soviética. En un segundo plano afecta también a dos modelos políticos, sea la democracia soberana corrupta y autoritaria que Yanukóvich intenta mantener a flote mediante sus poderes presidenciales, sea el régimen parlamentario de tipo occidental demandado por los manifestantes. Pero incide en la propia identidad y existencia del país, es decir, en la improbable capacidad de los ucranios para mantenerse unidos a partir y no a pesar de estas diferencias que han venido separándoles hasta ahora y que en este momento les sitúan al borde de la guerra civil. (El País, 19 de febrero 2014)
Hay muchas responsabilidades en el deslizamiento violento del conflicto que empezó en noviembre tras la negativa del presidente Yanukóvich a firmar el acuerdo de asociación con la Unión Europea y su decantación en favor de Putin. La primera, del propio presidente ucranio, inepto y mendaz hasta molestar a su propio patrono del Kremlin. También las tiene el presidente ruso con sus ambiciones imperiales frente a Washington y Bruselas. Son evidentes las de la vacilante Unión Europea. Y no puede faltar la oposición, incapaz de controlar un movimiento que ha ido cayendo en el descontrol de la violencia o bajo el control de la extrema derecha.

Ucrania vive una mezcla de conflicto civil y de guerra geoeconómica que está derivando hacia la contienda armada. Están en juego las fronteras de Europa, e indirectamente la capacidad de la UE para existir en el mundo. Pero lo más sustancial concierne a los ucranios y es su capacidad para construir Ucrania juntos, país que solo podrá sobrevivir si consigue convertirse en un Estado democrático que respete e incluya todas las diferencias e identidades.

Con algunos datos como estos, lo que nos puede sucitar es a tomar una posición más consciente, pero especialmente a hacernos preguntas, sobre el destin, el futuro de este país, sobre las dinámicas democráticas que generamos en occidente, sobre las lecciones históricas que no aprendemos, o los errores hist´rico-políticos que se repiten.