martes, 28 de septiembre de 2010

Vivan los trabajadores y las trabajadoras



Nuestro respeto y compromiso con los trabajadores, y desde ese compromiso nuestro apoyo aporta estas reflexiones para una solidadridad inteligente.

- Una huelga que debe beneficiar a los trabajadores y no a las causas políticas
- Una huelga que debe defender a los parados, no como una excusa, sino como un auténtico derecho al trabajo, buscando soluciones efectivas.
- Una Huelga que protesta directamente contra el sistema de Economía de Mercado globalizado que es quien rige los destinos de las sociedades, Una protesta que debe hacer presente que es el sistema económico mundial quien genera la pobreza, los despidos y unas condiciones de trabajo cada vez más desfavorables para el trabajador y más beneficiosas par el capital.
- Una huelga que debe sensibilizar que no se puede exigir cambios al Estado si no se participa activamente en el cambio de sociedad. Si yo solo pienso en mi interés personal, la huelga ya es un fracaso.
- Una huelga como expresión de participación social, que remueva los cimientos del compromiso y la lucha y que no esconda intereses mezquinos de unos pocos.
- Una huelga que celebre la fuerza y el poder de los trabajadores y que llame la atención a los poderes que verdaderamente controlan la sociedad económica.
-Una Huelga que nos permita soñar y luchar por un mundo más justo, más humano, y no sólo con un beneficio económico que mejore nuestras posibilidades individuales de consumo.


Si lo hacemos desde esta perspectiva, no diremos viva la Huelga sino VIVAN LOS TRABAJADORES Y LAS TRABAJADORAS QUE CON SU ESFUERZO MUEVEN EL MUNDO.

lunes, 27 de septiembre de 2010

A propósito de la Huelga General





Puede ser realmente difícil decidirse si se ha de apoyar o no esta huelga, y más aún si se está a favor o en contra. Seguramente se dará el caso que muchos tengan que hacer algo frente a lo cual no están de acuerdo, empezando por los millones de parados que deben sentir sentimientos encontrados ante una huelga. Es difícil poder brindar pautas o luces, ya que además se mezclan tantos intereses legítimos e interesados, políticos y sociales; sin embargo es necesario proponer sensatez y análisis aunque en la práctica y con lo encendidos que están los ánimos, resulte una quimera. Sin embargo algo se puede intentar, y no decir nada tampoco es una solución.

Tras la aprobación de la reforma laboral, es hora de tratar de formular algunas conclusiones acerca de su alcance y contenido, así como de la convocatoria de huelga general realizada por CC.OO. y UGT para el próximo 29 de septiembre,


La reforma laboral ahora aprobada en el congreso delimita de forma clara sus objetivos (rebajar la temporalidad, poner las condiciones para una menor destrucción de empleo y posterior creación del mismo), pero deja en el aire la concreción de los procesos para lograr tales metas.

Desde el mundo sindical, y pese a que no se ha expresado tal crítica con claridad, lo que más preocupa a las organizaciones sindicales es el cambio en la negociación colectiva. Se abre la puerta a otorgar mayor peso a los pactos de empresa frente a los convenios sectoriales. Esta medida, bien orientada porque permite descender a la particular situación de una empresa al margen de lo pactado en el ámbito industrial o de servicios correspondiente a la que ésta se encuentre adscrita, disminuye el peso o la presión negociadora de los sindicatos a nivel sectorial.

El segundo gran bloque de temas de la reforma radica en el sistema de contratación. Se persigue, y creo que es otro buen objetivo, reformar la dualidad en el mercado laboral entre trabajadores fijos con contrato indefinido y trabajadores con contratación temporal, y reducir la altísima tasa de temporalidad de los asalariados (25%), una de las más elevadas de la UE.

El contrato temporal debe quedar reducido a las circunstancias realmente temporales de la actividad productiva. Durante la fase expansiva de la economía, el contrato temporal permitió a las empresas crear más empleo sin vincularse a las obligaciones de una contratación indefinida y con un coste de despido cero en la mayor parte de los casos, pero se ha demostrado el nefasto efecto de este tipo de contratación en los momentos de crisis, al poder despedir en el mismo momento que terminaba el contrato temporal. Y se ha hecho un uso fraudulento de este tipo de contrato, al utilizarse para regular actividades continuas sin carácter temporal, creando una categoría de trabajadores desprotegidos o infraprotegidos.

Pese a todo, no se ha aprovechado la reforma, necesaria y urgente, para acercar nuestro mercado laboral al funcionamiento de otros mercados europeos. Y como mecanismo de respuesta, los sindicatos mayoritarios a nivel estatal decidieron convocar, con casi tres meses de antelación, una huelga general para expresar su descontento con las medidas adoptadas ya por el Gobierno en junio en forma de decreto ley (ahora transformado en ley tras su tramitación parlamentaria). Una huelga como la convocada es tardía, extemporánea, descontextualizada y más centrada en su dimensión política que en la social, y es lo último que necesitamos.

Hay que encontrar otras fórmulas que permitan encauzar la conflictividad laboral, con la corresponsabilidad de todos los agentes y sin utilizar como rehenes y perjudicados a los usuarios de servicios públicos y a los propios trabajadores.


Ojalá todos tengamos en cuenta que queda mucho por hacer a partir del día siguiente de la huelga. Entre otras cosas no seguir hablando de quien tuvo más razón o quien ganó la huelga.

viernes, 17 de septiembre de 2010

Cuando vinieron a buscarlos, me callé...


La historia del pueblo gitano en Europa es un relato de persecución y rechazo, y no admitirlo sería absurdo. Está tan impregnada nuestra propia cultura de esta dinámica, que incluso ha quedado incrustada en el lenguaje, en expresiones que nos deberían provocar rubor y vergüenza y que, sin embargo, acostumbramos a oír sin inmutarnos. Hace un par de años mantuve una interesante conversación al respecto con un gitano húngaro. Era un hábil pianista que trabajaba en el bar de un hermoso hotel austriaco a orillas del Danubio. Aquel hombre culto y amable se quejaba del racismo que había tenido que soportar en su país y en numerosos rincones de Europa y se felicitaba por la forma como en España se había conseguido acoger e incorporar a los gitanos.

Me sorprendió oír aquello, recordando las numerosas ocasiones en que me habían repugnado las muestras de rechazo que he observado en España. Y, sin embargo, al contemplar lo que está ocurriendo en Francia, he comprendido lo que aquel pianista intentaba explicarme. ¿Puede admitir y soportar Europa que un colectivo sea expulsado de uno de sus estados miembros tan sólo en función de su etnia? No me negarán que el simple enunciado es terrible y doloroso. ¿Puede Europa aceptar que un gobierno manipule y banalice un discurso de rechazo de este calibre? ¿Hasta dónde llegará el Gobierno francés, que lógicamente recibirá los cotizados réditos electorales que persigue en momentos de crisis, pero a costa de avalar unas tesis incendiarias? ¿Qué Europa es esta que es incapaz de acoger a un colectivo con raíces tan profundas? ¿Es que no hemos aprendido nada?

Cuando los nazis vinieron a buscar a los comunistas,
guardé silencio,
porque yo no era comunista,
Cuando encarcelaron a los socialdemócratas,
guardé silencio,
porque yo no era socialdemocrata
Cuando vinieron a buscar a los sindicalistas,
no protesté,
porque yo no era sindicalista,
Cuando vinieron a buscar a los judíos,
no protesté,
porque yo no era judío,
Cuando vinieron a buscarme,
no había nadie más que pudiera protestar.



Martín Niemoeller (1892 1984)

jueves, 16 de septiembre de 2010

TODOS SOMOS GITANOS, TODOS SOMOS RUMANOS



Cuando el ministro Eric Besson inauguró hace unos meses una serie de encendidos debates sobre la nacionalidad, basados en la pregunta, asaz turbadora, "¿qué significa ser francés?", quizás haya tenido in mente la futura propuesta de su gobierno, agitada como un trapo rojo durante este verano para distraer la atención. Nada mejor que reemplazar un culebrón estival con otro, sacando a relucir la trilogía tristemente célebre, nacionalidad-inmigración-inseguridad, para hacer olvidar los chanchullos de la heredera de L´Oréal y del ministro Woerth, que salpican al propio Sarkozy.

En su momento, como es lógico, la pregunta de Besson quedó sin respuesta, y sospecho que la posibilidad de encontrarla se aleja a pasos agigantados: en un mundo progresivamente argentinizado, vale decir, un mundo donde tener abuelos inmigrantes y provenir de los sitios más distintos del planeta se ha vuelto la norma, definir qué significa ser francés, inglés o alemán resulta un rompecabezas que sólo quienes utilizan el tema con objetivos políticos muy concretos tratan de armar.
Dicho y hecho, el debate "de ideas" sobre lo nacional acaba de convertirse en un proyecto de ley encaminado a retirar la nacionalidad francesa a los delincuentes que la hayan obtenido por adopción en fecha más o menos reciente, y en una medida de fuerza que se está aplicando desde hace algunas semanas: desmantelar los campamentos gitanos y expulsar a sus habitantes hacia sus países de origen, Bulgaria o Rumania.

La primera parte del programa plantea un angustioso dilema. Varias personalidades francesas con padre italiano o madre española se han interrogado acerca de sí mismas (¿su condición de franceses de fresca data no los pondrá en peligro, suponiendo que en el supermercado se tienten con algún chocolatito o una Barbie para la nena?), y, más generalmente, acerca de la relación entre el delito y la cantidad de años que median entre el haberlo cometido y el ser francés. Por ejemplo, ¿si robo un auto y soy francés desde hace diez años, estoy en mejores condiciones que si robo un kilo de papas y lo soy desde hace uno? Es como para imaginarse a los delincuentes sacando cuentas, viendo cuál es la fechoría más conveniente de acuerdo con la fecha de obtención de su carta de ciudadanía. Para este curioso modo de ver, lo delictuoso como categoría universal no existe. Todo depende de quién delinque, tomando en consideración el origen étnico y nacional del facineroso antes que el delito en sí. Ni siquiera pesarán en la balanza la personalidad del hombre o su circunstancia, para emplear un término sartreano (y es de suponer lo que Sartre habría pensado del proyecto), frente al hecho determinante del año que figura en el sello del documento. Tanto el delincuente francés de nacimiento como el francés por adopción irán a dar a la cárcel, es claro, pero mientras el primero no perderá su nacimiento, el segundo se quedará sin su adopción.

El caso de los gitanos es aún más complicado, si cabe. Complicado porque la vida del gitano lo es, desde aquel día lejano en que sus antepasados abandonaron cierta región de la India para venirse a Europa, nadie sabe por qué, a seguir viajando incansablemente por voluntad y elección, pero también por necesidad (la imagen del gitano libre que pintó Pushkin se completa con la del gitano perseguido, temido y menospreciado hasta el día de hoy), y complicado, desde un punto de vista legal. Por comenzar, la mayor parte de los gitanos que viven en Francia son de nacionalidad rumana, lo cual significa que son europeos. Todo europeo tiene derecho a vivir y a trabajar en cualquier país de la comunidad. Expulsar a los gitanos rumanos implica considerarlos gitanos antes que rumanos, esto es, basarse en la etnia más que en la nacionalidad. Además, al echarlos a todos sin distinción, como si fueran delincuentes en bloque, se echa en saco roto la presunción de inocencia: niños nacidos y escolarizados en Francia son expedidos rumbo a países donde nunca han vivido y donde se los detesta en forma no menos indiscriminada. La xenofobia es un odio compacto y entero que ignora los matices.

Esto me quedó claro durante la guerra de Kosovo, cuando entrevisté a un grupo de gitanos que se reunían en la facultad de medicina de París y publicaban una revista. Eran intelectuales y activistas que intentaban trabajar desde Occidente por la causa del pueblo rom. "En los Balcanes, hay una sola cosa capaz de unir a los distintos pueblos -me explicaron, no sin humor-. Los servios, los croatas y los albaneses se odian entre ellos, pero a nosotros nos odian todos." Pocos años después, la irracionalidad del odio, auténtica o fingida, pero siempre instrumentada con algún fin, emigra hacia el Oeste, donde sólo la hipocresía reinante impide emplear la gráfica expresión acuñada con tanta franqueza por los forzudos combatientes de la ex Yugoslavia: depuración étnica.

Dime quién te elogia y te diré quién eres. La expulsión de los gitanos de Francia ha sido saludada con entusiasmo por la derecha italiana. La Liga Norte está feliz. Un ministro leghista ponderó la idea sarkoziana de vincular el crimen con la ciudadanía. A eso se le llama "paquete de seguridad". Pero no sólo en Italia se alza como nunca la oleada populista, cuyo caballito de batalla es esa extraña vinculación entre extranjería y robo a mano armada. Si el gobierno francés ha decidido tomar medidas populistas justo al final del verano, después de fracasar en las últimas elecciones regionales y con vistas a la reelección de 2012, es porque se lo ha pensado muy bien. Un 79 por ciento de los franceses, según Le Figaro , y un 62 por ciento según L´Humanité , están de acuerdo con los desmantelamientos manu militari . Los sondeos varían, según la tendencia política del diario, pero si los comunistas hablan de semejante porcentaje, entonces la cosa está que arde.

Los organismos de derechos humanos, los socialistas y hasta las Naciones Unidas han protestado, obviamente, por ambos temas, la nacionalidad de los delincuentes y la expulsión de los rom. ¿Podrá la unión sagrada de los biempensantes oponerse a esa oleada que incluye otros absurdos, tales como la prohibición de la burka en países donde pocas mujeres se la ponen, o la de construir mezquitas? La cosa está que arde, sí, pero no es nueva. El trabajo que tengo en marcha en este momento se relaciona con la expulsión de los moriscos de España en 1609. Hay que ver cómo se parecen los odios raciales y cómo perduran: los improperios que mascullaban los españoles acerca de los árabes, en la España de la época, eran idénticos a los que habían llovido sobre los judíos un siglo atrás, antes de que también a ellos los expulsaran. Basta con leer un poco de historia para que la sola palabra "expulsión" nos dé piel de gallina.

sábado, 11 de septiembre de 2010

11 de Setiembre llamado a la Tolerancia


En la conmemoración del noveno aniversario de los atentados del 11 de septiembre en Washington, Nueva York y Pensilvania, el presidente de Estados Unidos, Barack Obama, llamó a sus connacionales a defender "nuestra creencia en la tolerancia religiosa" y sostuvo que su país no está en guerra contra el Islam: “nuestros enemigos –dijo– son Al Qaeda y sus aliados, quienes están tratando de matarnos, pero también han matado a más musulmanes que cualquiera”.

Los elementos de contexto ineludibles de estas declaraciones son, por un lado, el llamado que formuló en días previos el pastor evangélico Terry Jones a quemar ejemplares del Corán y el rechazo que ha suscitado el proyecto de construcción de una mezquita en las cercanías de la zona cero de Manhattan, en lo que debe interpretarse como resultado de un falso debate entre la libertad religiosa –defendida por el propio Obama– y el respeto a la memoria de las víctimas de las Torres Gemelas. Ambos episodios permiten ponderar la persistencia, a nueve años de los criminales atentados, de sentimientos de paranoia antimusulmana en la nación vecina: en efecto, a partir del 11 de septiembre de 2001 se extendió y potenció la xenofobia tradicional de las porciones conservadoras de la sociedad estadunidense, y ello generó una oleada de hostilidad y racismo contra las comunidades árabes e islámicas en ese país que persiste hasta nuestros días. Como botón de muestra cabe citar los resultados de una encuesta recientemente publicada por el diario The Washington Post: 49 por ciento de los estadunidenses afirma tener opiniones desfavorables del Islam, y casi un tercio de los entrevistados sostienen que esa religión alienta a la violencia.

Es inevitable establecer un vínculo causal entre esas actitudes y la respuesta que mostró el gobierno de George W. Bush tras de los atentados de hace nueve años. Ciertamente, esos ataques constituyeron una reacción criminal e injustificable a las injerencias –criminales, también– de la potencia planetaria en Medio Oriente y Asia central. Pero el entonces gobernante de Estados Unidos, en vez de tomarse el trabajo de comprender las causas de los sentimientos antiestadunidenses que recorren el planeta, se dio a la tarea de multiplicarlas y profundizarlas; en lugar de buscar justicia, se dio a la tarea de conseguir venganza, y con el pretexto de fortalecer la seguridad de sus conciudadanos, ordenó el sangriento ataque contra Afganistán y la posterior ocupación militar de ese infortunado país centroasiático; recurrió a un discurso alarmista y mentiroso para justificar la invasión de Irak y heredó, en suma, un mundo más violento, dividido e inseguro.

Frente a la cerrazón, la mala fe y la manifiesta ignorancia que caracterizó a su sucesor frente al Islam y el mundo árabe, el llamado de ayer de Obama constituye un relevante gesto de distensión hacia los seguidores de Mahoma. Ciertamente, restañar las heridas y disipar los rencores generados por nueve años de agresiones militares, diplomáticas y discursivas contra los ámbitos árabe y musulmán no son tareas que puedan lograrse sólo con declaraciones. Tampoco ayudan mucho los hilos de continuidad entre las administraciones Bush y Obama, como la persistencia de la invasión en Afganistán y la persistente hostilidad y doble moral de la Casa Blanca hacia Irán: ambos elementos, por lo demás, evidencian una desviación de algunos aspectos más avanzados y novedosos de la agenda política internacional del actual mandatario de Estados Unidos. Pero en la medida en que Washington se aleje de las reivindicaciones belicistas, intolerantes y unilaterales que caracterizaron a la administración Bush, se evitará en alguna medida que se acentúen y extiendan, en el mundo islámico, expresiones de encono antiestadunidense como las que dieron origen a los ataques de hace nueve años en las Torres Gemelas y el Pentágono.