viernes, 4 de septiembre de 2009

La mentira inhabilita a cualquier político



Si alguien dice algo en contra de lo que sabe, cree o piensa, miente. Mentir es precisamente decir cosas que no son verdad para engañar. El presidente de la Generalitat valenciana, Francisco Camps no sabemos con qué intenciones ha recibido los regalos de que se le acusa, ni si ha concedido por ellos contraprestaciones dejándose sobornar, ni si el juez “amigo del alma” que lo ha juzgado debiera haberse abstenido por sospechas de parcialidad. Pero sí que hay un extremo a todas luces evidente: ha mentido. Ha mentido afirmando una y otra vez que él no había recibido ningún regalo y que los trajes los pagó de su bolsillo.En el juicio mismo ha quedado demostrado que sí recibió regalos y que de los trajes no pagó ni uno sólo.

Entonces, el tema de los regalos ha provocado otro problema, sin duda más grave. El presidente no soportaba el sonrojo de quedar señalado como siervo del soborno y ha preferido escudarse en la mentira, a sabiendas de que mentía y mentía públicamente a todos los españoles. ¿Procedía así porque estaba seguro de que no lo juzgarían por mentiroso? No lo sé, pero mentía. Y mentir en un cargo político de gran responsabilidad, es mostrarse inepto éticamente, infiable y sin credibilidad. No seré yo quien le escatime generosidad al reconocer todo lo que de bondad y honoralibildad tenga. Pero aquí muestra una mancha ética intolerable. (En alguna situación excepcional, por ejemplo si uno cae prisionero del enemigo y es portador de importantes secretos de su país, de cuya revelación se seguirían graves daños para sus ciudadanos, no estaría obligado a decir la verdad y si por ello no se doblega ante las coacciones y torturas, sería considerado un héroe).

A todos nos alcanza la ética racional que nos exige ser veraces, como garantía para una convivencia razonable y estable. Y, como ciudadano y en su caso como cristiano, el presidente valenciano sabe lo que prescribe el Decálogo: “El octavo mandamiento prohíbe la mentira, cuya gravedad se mide según la naturaleza de la verdad que deforma, de las circunstancias, de las intenciones del mentiroso y del daño ocasionado a las víctimas” ( Catecismo de la Iglesia Católica, Nº 523).

Sé que a muchos del PP les enorgullece su condición de católicos. Y pueden tener razones para ello. Pero, el enorgullecimiento viene no del nombre sino de las obras, y ese es otro cantar, como recuerda el apóstol Santiago: “Un fe sin obras es una fe muerta y hasta diabólica”. Y el mismo Jesús: ¡Camada de víboras! ¿Cómo pueden ser buenas vuestras palabras siendo vosotros malos” (Mt, 12, 34). “Mucho cuidado con la levadura de los fariseos, o sea, con la hipocresía. Pues nada hay encubierto que no deba descubrirse , ni nada escondido que no deba saberse” (Lc 12, 2-3).

Todo cristiano, -¡qué bueno que en una sociedad secularizada, laica, atea –y también religiosa- podamos hablar así!- debe hacer honor a la fe que profesa, la cual aparece nítida en las palabras del Nazareno: “Ay de vosotros los ricos...”. El pobre Lázaro, echado junto al portal del rico, deseaba hartase de lo que caía de su mesa. La malicia de la riqueza es relacional: los ricos devienen ricos a base de fabricar pobres y oprimirlos. Jesús es tajante: “No podéis servir a Dios y al dinero”.

Y, en relación a la corrupción y la mentira, sus palabras son más que revulsivas: ¡Ay de vosotros....que os parecéis a los sepulcros encalados! Por fuera parecéis honrados, pero por dentro estáis repletos de hipocresía y podredumbre” (Mt 23, 27). Gran verdad: “No hay árbol dañado que de fruto sano: no se cogen higos de zarzas” ( Lc 65, 44-45).
Ejercer la mentira es colocarse contra la verdad. Y aquel cristiano, que se cree más que los demás, está obligado a combatir la mentira con más radicalidad y más obras de verdad: “Si queréis a los que os quieren, si hacéis el bien al que os hace el bien, si prestáis sólo cuando esperais cobrar, ¡vaya generosidad! “(Lc 6, 32-34).


Esos cristianos, que lo han sido de verdad, pero que no se han creído superiores ni han presumido de ello, han existido siempre. No soy yo el indicado para aconsejar a nadie pero, si uno es cristiano, todo el mundo sabe el espejo donde debe mirarse: Jesús de Nazaret. Y si a tanto no se atreve, que se vuelva al espejo cercano de criaturas humanas como él, un Francisco de Asís por ejemplo. El era un cristiano de lo más simple, sin más regla que la del Evangelio y pedía a sus hermanos “no tener en ningún caso más de dos túnicas y tener horror a los paños finos”. ¿Quién no conoce y admira el testimonio del poverello de Asís? El dinero es, para cualquiera que se precie de humano, puro medio para lograr muchas cosas buenas y para otras no tan buenas. El de Asís aconsejaba a los suyos “huir del él como del diablo”, y vistos lo resultados prácticos lo abominaba como basura. Porque “de qué le sirve a uno ganar el mundo entero si malogra su vida” (Lc 8,36).


Francisco de Asís no es un ecologista idílico, sabe muy bien de la hondura de la pasiones humanas y, en nuestra sociedad, sonarían como rayos sus palabras: “El miserable detractor, ya que no puede vivir de otra manera , roe las entrañas de sus hermanos, se esfuerza en parecer bueno, no en hacerse de verdad; denuncia vicios y nos se despoja de vicios”. ¿Quién es aquí el cofrade que debe tomar candela?


Alguien ha dicho que el pecado capital de los españoles es la envidia y, muy próxima a ella, la calumnia. Hay gente que no hace y, lo peor, que no deja hacer. Siempre recortando, podando, rebajando, desacreditando, insultando. Creo que resultarían muy oportunas para el momento político actual las palabras del Santo de Asís: “Si ves que el hermano acusado es inocente, haz saber a todos quién es el que ha acusado”.


Benjamín Forcano

No hay comentarios:

Publicar un comentario