"Me parece maravilloso y mágico todo esto que está pasando", declaró
este viernes Guido Montoya Carlotto, el nieto recién restituido de
Estela de Carlotto, titular de la Abuelas de Plaza de Mayo, en su
primera comparecencia pública junto a la mujer que lo buscó durante 36
años. "Soy Ignacio, o Guido", se presentó, el nieto recuperado número
114, que se declaró "conmocionado".
Horas antes, Ignacio Hurban colgó en su perfil de Twitter una foto con su abuela, Estela de Carlotto, presidenta de Abuelas de Plaza de Mayo,
que pasó casi cuatro décadas buscando a su nieto. Hasta el lunes se
llamaba Ignacio Hurban, pero este martes descubrió que también se llama
Guido Montoya Carlotto. Y que fue secuestrado durante la última
dictadura argentina (1976-1983). Su madre, Laura Carlotto, tendría hoy
60 años si no hubiese sido asesinada con 24. Guido es el nombre que ella
le puso, aunque solo la dejaron estar cinco horas con él. Y Montoya es
el apellido de su padre biológico, Walmir Óscar Montoya, al que su
familia llamaba Puño.
Otro caso
Juan Cabandié vio la cara de sus padres por primera
vez en fotos 4x4 pegadas a un expediente. Tenía 25 años. Desde que supo
que habían encontrado a Guido, el nieto de Estela de Carlotto, revive lo
que le pasó hace una década. Ese día que entró en la Comisión Nacional
por el Derecho a la Identidad llamándose Mariano Falco.
-¿Cómo es ese instante en que te enterás de que sos otra persona?
-Es
muy difícil asimilarlo. Al principio, me sentí ajeno a lo que me
contaban, pero después fui reestructurando mi cabeza. Una vez que lo
asimilé, empecé a emparentarme con mis papás. Con el tiempo, los fui
amando. Eso me llevó a saber que no nací de nuevo, a darme cuenta de que
no era Juan Cabandié a partir del 26 de enero de 2004. Yo fui Juan
Cabandié siempre, con la particularidad de que viví 25 años sin saberlo.
-¿Cómo son las horas posteriores a la noticia?
-Es
fundamental conocer a la familia. En el primer encuentro, un tío me
dijo que tenía el mismo gesto de juntar las cejas como hacía mi papá. A
veces parece que estoy enojado, pero es algo que hago cuando pienso, es
un gesto que me pertenece. Guido es músico como su papá. Es sensible a
la lucha de las Abuelas. Es algo genético y algo del inconsciente. Es el
diálogo que se produce entre una madre y su bebe en la panza. Guido
estuvo cinco horas con su mamá. Cinco horas profundas.
-¿La política de derechos humanos del Gobierno influye para que los nietos busquen su identidad?
-Influye
muchísimo. Es una batalla cultural ganada. Desde 2003 la política de
derechos humanos pasó a la categoría de política de Estado. Hubo fuertes
campañas de difusión y el Estado acompañó la búsqueda de las Abuelas.
Antes, esa lucha era algo marginal. Yo mismo, por mi crianza, hasta los
22 años pensaba que las Abuelas estaban locas, que perseguían a los
pibes. Y eso no sólo lo pensaban los sectores radicalizados.
-Otra nieta recuperada, Victoria Donda, acusa al Gobierno de querer apropiarse de la bandera de los derechos humanos.-A mí me gustaría que todos los gobiernos se apropien de esta política de derechos humanos, que trascienda a este gobierno.
LAS ABUELAS USARON DE LA CIENCIA
Las Abuelas de Plaza cuentan en su página oficial de Internet con
testimonios extraordinarios recogidos a lo largo de casi cuatro décadas
de búsquedas. Pero hay uno especialmente ilustrativo: el documental de
cuatro capítulos titulado 99,99%. La ciencia de las Abuelas
y conducido por el actor argentino Leonardo Sbaraglia. Ahí se explica
los detalles de un plan perfectamente organizado para encubrir el robo
sistemático de bebés a las presas políticas que parían en cautiverio.
“Con la colaboración de médicos, enfermeras, jueces…”, relata Sbaraglia.
[Era] el robo, el crimen perfecto. Nadie podría jamás demostrar la
verdadera identidad de esos chicos. Pero los apropiadores genocidas no
contaban con los avances de la ciencia ni con la tenacidad de un grupo
de mujeres en la búsqueda de la verdad”.
Estela de Carlotto explica en el documental: "Nosotros teníamos otra
vida, cada una de las abuelas que componemos la institución teníamos un
proyecto distinto: estar con la familia, los hijos, verlos crecer,
envejecer, disfrutar de los nietos… Y vino una dictadura en marzo de
1976 que trajo un proyecto de asesinar a todos los opositores.
Justamente eran nuestros hijos los opositores. En esa soledad, cuando la
hija no vino, no volvió, no llamó… Empezamos a buscar. Sin saber adónde
ir, a qué puerta golpear… Puertas cerradas…”
La presidenta de Abuelas continúa su relato: “Al principio los
esperamos… [a los nietos] ‘Me lo van a traer, me van a llamar, me lo van
a dejar en la puerta…’ Preparamos un ajuar, un lugarcito, nos
jubilamos… Pero nada. Y después dijimos: ‘bueno, ya van al jardín de
infantes. Vamos a observar’. Nos escondíamos detrás de los árboles
mirando chiquitos. A veces alguna maestra nos hablaba. Nos decía: ‘este
chiquito tiene un comportamiento extraño… lo llevan, lo traen, es como
prisionero…’ Y ahí estábamos”.
También se fijaban en el parecido físico de los niños que veían en la
calle. “Yo me acuerdo”, continúa De Carlotto, “haber seguido a alguna
señora que llevaba en brazos a un chiquito porque la carita era igual a
uno de mis hijos. Después le miré la cara a la mamá y eran idénticos. O
sea, esa cosa absurda: ir a la casa cuna [hospital materno infantil] y
querer ver caritas de bebés cuando no sabemos ni a quién se parece”.
Chicha Mariani, la primera presidenta de Abuelas, rememora también en
el documental: “Hicimos de todo buscando a los chicos. Yo, por ejemplo,
me disfracé de enfermera. Y estuve en el Hospital Durand mirando si la
familia que yo había citado traían esa nena que yo esperaba ver o la
suplantaban por otra. Y no me conoció nadie en el hospital. Ni los
empleados, ni la gente de Abuelas, ni los médicos de Abuelas. Pero la
nena, que había llegado con su mamá y estaba sentada a unos diez metros,
me miró y se fue caminando hacia donde yo estaba y me dijo: `¿Cómo te
va, señora?’ Porque me había visto pasar no sé cuántas semanas y días
por su casa. Me reconoció disfrazada y todo”.
Las abuelas recorrieron medio mundo consultando a decenas de
científicos para ver si podría deducirse el parentesco entre un nieto y
sus abuelos, a partir de la sangre de los abuelos. Y les decían que no,
que no y que no. Hasta que en 1983, en Estados Unidos, les dijeron que
sí. Los avances científicos hicieron posible revelar parentescos entre
abuelos y nietos con un margen de acierto del 99,99%. Y la primera
“recuperación” a partir de un análisis genético la lograron en 1984.
“Fue duro para nosotros”, rememora De Carlotto en la película. “La duda era: ¿Estaremos haciendo bien? ¿Qué va a pasar con esa criatura, qué sufrimientos…?”
Ahora, las Abuelas no tienen duda de que mereció la pena. Y es el propio Ignacio Hurban, el nieto restituido número 114, el que quiso emitir una llamada. Para que otros nietos -las abuelas calculan que aún faltan 400 por restituir- se animen a hacerse las mismas pruebas genéticas que a él le practicaron hace 18 días. Hasta ahora, de esos 114 nietos restituidos solo cinco se presentaron de forma voluntaria como lo hizo él
La lucha de las Abuelas de Plaza de Mayo por restituir la identidad de,
hasta ahora, 105 nietos apropiados durante la última dictadura
cívico-militar tuvo un fundamento social, político y cultural, pero
también uno científico.
Gracias a la voluntad inquebrantable de estas mujeres valientes y decididas, se logró superar los límites de lo posible y establecer lo que a partir de esa búsqueda se llama el índice de “abuelidad”, el patrón genético que establece el parentesco entre las abuelas y los nietos perdidos con un nivel de certeza del 99,99 por ciento.
Gracias a la voluntad inquebrantable de estas mujeres valientes y decididas, se logró superar los límites de lo posible y establecer lo que a partir de esa búsqueda se llama el índice de “abuelidad”, el patrón genético que establece el parentesco entre las abuelas y los nietos perdidos con un nivel de certeza del 99,99 por ciento.