Una cosa es segura: las elecciones
europeas de finales de mayo se traducirán en un aumento notable del voto
de extrema derecha. Y por la incorporación al Parlamento Europeo de un
número considerable de nuevos diputados ultraderechistas. Actualmente,
estos se concentran en dos grupos: el Movimiento por la Europa de las
Libertades y de la Democracia (MELD) y la Alianza Europea de los
Movimientos Nacionales (AEMN). Entre ambos suman 47 eurodiputados,
apenas el 6% de los 766 euroescaños (1). ¿Cuántos serán después del 25
de mayo? ¿El doble? ¿Suficientes para bloquear las decisiones del
Parlamento Europeo y, por consiguiente, el funcionamiento de la Unión
Europea (UE)? (2).
Lo cierto es que, desde hace varios
años y en particular desde que se agudizaron la crisis de la democracia
participativa, el desastre social y la desconfianza hacia la UE, casi
todas las elecciones en los Estados de la UE se traducen en una
irresistible subida de las extremas derechas. Las recientes encuestas de
opinión confirman que, en los comicios europeos que se avecinan, podría
aumentar considerablemente el número de los representantes de los
partidos ultras: Partido por la Independencia del Reino Unido, UKIP
(Reino Unido) (3); Partido de la Libertad, FPÖ (Austria); Jobbik
(Hungría); Amanecer Dorado (Grecia); Liga Norte (Italia); Verdaderos
Finlandeses (Finlandia); Vlaams Belang (Bélgica); Partido de la
Libertad, PVV (Países Bajos); Partido del Pueblo Danés, DF (Dinamarca);
Demócratas de Suecia, DS (Suecia); Partido Nacional Eslovaco, SNS
(Eslovaquia); Partido del Orden y la Justicia, TT (Lituania); Ataka
(Bulgaria); Partido de la Gran Rumanía, PRM (Rumanía); y Partido
Nacional-Demócrata, NPD (Alemania).
En España, donde la extrema derecha
estuvo en el poder más tiempo que en ningún otro país europeo (de 1939 a
1975), esta corriente tiene hoy poca representatividad. En las
elecciones de 2009 al Parlamento Europeo sólo obtuvo 69.164 votos (0,43%
de los sufragios válidos). Aunque, normalmente, alrededor del 2% de los
españoles se declara de extrema derecha, lo cual equivale a unos
650.000 ciudadanos. En enero pasado, unos disidentes del Partido Popular
(PP, conservador) fundaron Vox, un partido situado a “la derecha de la
derecha” que, con jerga franquista, rechaza el “Estado partitocrático”,
defiende el patriotismo y exige “el fin del Estado de las autonomías” y
la prohibición del aborto.
Herederas de la extrema derecha
tradicional, cuatro otras formaciones ultras –Democracia Nacional, La
Falange, Alianza Nacional y Nudo Patriota Español– reunidas en la
plataforma “La España en Marcha”, firmaron un acuerdo, en diciembre de
2013, para presentarse a las elecciones europeas. Aspiran a conseguir un
eurodiputado.
Pero el movimiento de extrema
derecha más importante de España es Plataforma per Catalunya (PxC), que
cuenta con 67 concejales. Su líder, Josep Anglada, define a PxC como “un
partido identitario, transversal y de fuerte contenido social” pero
con una dura posición antiinmigrantes: “En España –afirma Anglada–
aumenta día a día la inseguridad ciudadana, y gran parte de ese aumento
de la inseguridad y del crimen es culpa de los inmigrantes. Defendemos
que cada pueblo tiene el derecho a vivir según sus costumbres e
identidad en sus propios países. Precisamente por eso, nos oponemos a la
llegada de inmigración islámica o de cualquier otro lugar
extraeuropeo.”
En cuanto a Francia, en los
comicios municipales de marzo pasado, el Frente Nacional (FN), presidido
por Marine Le Pen, ganó las alcadías de una docena de grandes ciudades
(entre ellas Béziers, Hénin-Beaumont y Fréjus). Y, a escala nacional,
consiguió más de 1.600 escaños de concejales. Un hecho sin precedentes.
Aunque lo más insólito está quizás por venir. Las encuestas indican que,
en los comicios del 25 de mayo, el FN obtendría entre el 20% y el 25%
de los votos (4). Lo cual, de confirmarse, lo convertiría en el primer
partido de Francia, por delante de la conservadora Unión por un
Movimiento Popular (UMP), y muy por delante del Partido Socialista del
presidente François Hollande. Una auténtica bomba.
El rechazo de la UE y la salida del
euro son dos de los grandes temas comunes de las extremas derechas
europeas. Y, en este momento, encuentran un eco muy favorable en el
ánimo de tantos europeos violentamente golpeados por la crisis. Una
crisis que Bruselas ha agravado con el Pacto de Estabilidad (5) y sus
crueles políticas de austeridad y de recortes, causa de enormes
desastres sociales. Hay 26 millones de desempleados, y el porcentaje de
jóvenes de menos de 25 años en paro alcanza cifras espeluznantes (61,5%
en Grecia, 56% en España, 52% en Portugal). Exasperados, muchos
ciudadanos repudian la UE (6). Crece el euroescepticismo, la eurofobia. Y
eso conduce en muchos casos a la convergencia con los partidos ultras.
Pero hay que decir también que la
extrema derecha europea ha cambiado. Durante mucho tiempo se prevalió de
las ideologías nazi-fascistas de los años 1930, con su parafernalia
nostálgica y siniestra (uniformes paramilitares, saludo romano, odio
antisemita, violencia racista...). Esos aspectos –que aún persisten, por
ejemplo, en el Jobbik húngaro y el Amanecer Dorado griego– han ido
desapareciendo progresivamente. En su lugar han ido surgiendo
movimientos menos “infrecuentables” porque han aprendido a disimular
esas facetas detestables, responsables de sus constantes fracasos
electorales. Atrás quedó el antisemitismo que caracterizaba a la extrema
derecha. En su lugar, los nuevos ultras han puesto el énfasis en la
cultura, la identidad y los valores, de cara al incremento de la
inmigración y la “amenaza” percibida del islam.
Con la intención de “desdiabolizar”
su imagen, ahora abandonan también la ideo logía del odio y adoptan un
discurso variopinto y radical de rechazo del sistema, de crítica (más o
menos) argumentada de la inmigración (en particular musulmana y
rumano-gitana) y de defensa de los “blancos pobres”. Su objetivo
declarado es alcanzar el poder. Usan intensivamente Internet y las redes
sociales para convocar manifestaciones y reclutar nuevos miembros. Y
sus argumentos, como hemos dicho, cada vez encuentran mayor eco en los
millones de europeos destrozados por el paro masivo y las políticas de
austeridad.
En Francia, por ejemplo, Marine Le
Pen ataca con mayor radicalidad que cualquier dirigente político de la
izquierda al “capitalismo salvaje”, a la “Europa ultraliberal”, a los
“destrozos de la globalización” y al “imperialismo económico de Estados
Unidos” (7). Sus discursos seducen a amplios fragmentos de las clases
sociales trabajadoras azotadas por la desindustrialización y las
deslocalizaciones, que aplauden a la líder del FN cuando declara,
citando a un ex secretario general del Partido Comunista francés, que
“hay que detener la inmigración; si no, se condenará a más trabajadores
al paro”. O cuando defiende el “proteccionismo selectivo” y exige que se
ponga freno al libre cambio porque este “obliga a competir a los
trabajadores franceses con todos los trabajadores del planeta”. O cuando
reclama la “pertenencia nacional” en materia de acceso a los servicios
de la seguridad social que, según ella, “deben estar reservados a las
familias en las cuales por lo menos uno de los padres sea francés o
europeo”. Todos estos argumentos encuentran apoyo y simpatía en las
áreas sociales más castigadas por el desastre industrial, donde durante
decenios el voto a las izquierdas era la norma (8).
Pero el nuevo discurso de la
extrema derecha tiene un alcance que va más allá de las víctimas
directas de la crisis. Toca de alguna manera ese “desarraigo
identitario” que muchos europeos sienten confusamente. Responde al
sentimiento de “desestabilización existencial” de innumerables
ciudadanos golpeados por el doble mazazo de la globalización y de una UE
que no cesa de ampliarse.
Tantas certidumbres (en materia de
familia, de sociedad, de nación, de religión, de trabajo) han vacilado
estos últimos tiempos, que mucha gente pierde pie. En particular las
clases medias, garantes hasta ahora del equilibrio político de las
sociedades europeas, las cuales están viendo cómo su situación se
desmorona sin remedio. Corren peligro de desclasamiento. De caer en el
tobogán que las conduce a reintegrar las clases pobres, de donde
pensaban (por el credo en el Progreso) haber salido para siempre. Viven
en estado de pánico.
Ni la derecha liberal ni las
izquierdas han sabido responder a todas estas nuevas angustias. Y el
vacío lo han llenado las extremas derechas. Como afirma Dominique
Reynié, especialista de los nuevos populismos en Europa: “Las extremas
derechas han sido las únicas que han tomado en cuenta el desarraigo de
las poblaciones afectadas por la erosión de su patrimonio material
–paro, poder adquisitivo– y de su patrimonio inmaterial, es decir su
estilo de vida amenazado por la globalización, la inmigración y la Unión
Europea” (9).
Mientras las izquierdas europeas
consagraban, en los últimos dos decenios, toda su atención y su energía a
–legítimas– cuestiones societales (divorcio, matrimonio homosexual,
aborto, derechos de los inmigrantes, ecología), al mismo tiempo unas
capas de la población trabajadora y campesina eran abandonadas a su
–mala– suerte. Sin tan siquiera unas palabras de compasión. Sacrificadas
en nombre de los “imperativos” de la construcción europea y de la
globalización. A esas capas huérfanas, la extrema derecha ha sabido
hablarles, identificar sus desdichas y prometerles soluciones. No sin
demagogia. Pero con eficacia.
Consecuencia: la Unión Europea se
dispone a lidiar con la extrema derecha más poderosa que el Viejo
Continente haya conocido desde la década de 1930. Sabemos cómo acabó
aquello. ¿Qué esperan los demócratas para despertar?
1) En las elecciones europeas de 2009, los partidos de extrema derecha obtuvieron el 6,6% de los votos.
(2) Las encuestas más serias indican que, después del 25 de mayo,
el número de eurodiputados de extrema derecha pasaría de 47 a 71. Léase
“Élections européennes 2014: vers ??une?? extrême droite européenne?”,
Fundación Robert Schuman, http://www.robert-schuman.eu/fr/questions-d-europe/0309-elections-europeennes-2014-vers-une-extreme-droite-europeenne
(3) Un sondeo realizado por la firma YouGov el 6 de abril de 2014
en el Reino Unido le atribuye al Partido por la Independencia del Reino
Unido (UKIP) un 40% de las intenciones de voto y al menos 20 diputados
europeos.
(4) Según un barómetro de imagen del FN realizado en febrero de
2014 por el Instituto TNS Sofres, el número de franceses que se adhieren
a las ideas del FN es del 34%.
(5) El Pacto de Estabilidad y de Crecimiento prohíbe a los
gobiernos europeos de la zona euro realizar un déficit presupuestario
superior al 3% del PIB.
(6) El último estudio Eurobarómetro, publicado en diciembre de
2013, revela que sólo el 31% de los europeos tiene una imagen positiva
de la UE (frente al 48% en marzo de 2008).
(7) Léase “Nouveaux visages des extrêmes droites”, Manière de voir, n.°134, París, abril-mayo de 2014.
(8) Según un sondeo publicado por el diario Le Monde, la
imagen de la presidenta del FN recibe cada vez más opiniones favorables:
el 56% de los encuestados cree que “entiende los problemas cotidianos
de los franceses” y el 40%, que "tiene nuevas ideas para resolver los
problemas de Francia".
(9) Dominique Reynié, Populismes: la pente fatale, Plon, París, 2011.