Aquella noche inolvidable, hace ya un siglo, una montaña de hielo que no
debería estar allí, rasgó uno de los costados del buque y lo mandó al
fondo del mar. Su historia todavía nos deja mudos de asombro.
El Titanic era la mayor construcción móvil que había creado el hombre, un coloso del mar de alta tecnología, forrado de belleza y lujo —la apoteosis de la vanidad.
Fue proclamado ‘insumergible’, pero las aguas del Atlántico se abrieron para tragarse el barco como la ballena a Jonás. Y el hundimiento levantó una ola que no ha dejado de lamer nuestras conciencias incesante e insidiosamente durante 100 años.
Ese drama marino se llevó un transatlántico y nos dejó un nombre para adjetivar la catástrofe. No queda ya nadie que viviera aquella noche terrible (la última superviviente, Millvina Dean, que tenía entonces 10 semanas de nacida, falleció en 2009), pero si cerramos los ojos, aún podemos percibir el aire helado de aquella noche del 14 de abril de 1912, llenarse de voces desesperadas y del chapoteo de los que estaban a punto de ahogarse.
El Titanic es una de las grandes metáforas de nuestro tiempo y de nuestras vidas. “La grandeza del barco, su opulencia y su tragedia, eso es lo que recordamos del Titanic”, reflexiona Robert Ballard, el hombre que levantó el acuático sudario de sombras y encontró el buque allá abajo, a casi 4 mil metros de profundidad, en 1985, renovando el interés sobre su singladura y su hundimiento.
“Desde 1912 han ocurrido muchas tragedias peores en términos de pérdida de vidas humanas”, medita otro de los grandes nombres en la historia reciente del Titanic, James Cameron, que nos devolvió el barco envuelto en celuloide y con una pareja de enamorados adornando su proa legendaria.
“Han habido dos guerras mundiales y miles de personas han muerto en hambrunas y genocidios, pero el Titanic parece superar todo eso”, reflexiona James Camerún.
“Hay algo especial que perdura de la historia del Titanic. Creo que porque es como la novela perfecta, una novela que sucedió realmente. Había arrogancia en esa gente que pensaba que podía hacer que un barco con más de 2 mil personas a bordo fuera a toda velocidad a través de una zona desconocida y poblada de icebergs, pese a las advertencias.
Pensaban: ‘No nos puede pasar a nosotros. Somos indestructibles’” Y sin embargo sucedió.
Regreso al pasado
Cameron, que vuelve este abril del centenario con su filme Titanic (1997) remasterizado en 3D y como protagonista de un documental, recuerda que la del Titanic es una historia con héroes y cobardes, ricos y pobres, supervivientes y víctimas y decisiones correctas y equivocadas.
Resulta fascinante asomarse a las cubiertas del barco y revivir todo ese microcosmos que, como el agua que lo rodea, nos devuelve una mirada morbosamente espectacular sobre nosotros mismos. ¿Qué papel hubiéramos tenido a bordo del Titanic en la gran función de aquella noche? ¿Qué cartas nos hubiera repartido el destino y cómo las hubiéramos jugado?
El Titanic zarpó de Southampton (Reino Unido) hacia Nueva York un día como hoy, 10 de abril de 1912. Era el viaje inaugural y a bordo se acomodaban algunos de los miembros más distinguidos de la alta sociedad de la época.
A la altura de Terranova, en pleno Atlántico, el 14 de abril, a las 23:40 horas, en medio de una calma absoluta y de una noche espectacularmente estrellada, el barco chocó por el costado de estribor con un iceberg que no fue avistado a tiempo para eludirlo del todo. Dos horas y 40 minutos después, ya iniciado el día 15, el barco se hundió, tras irse sumergiendo poco a poco, de manera inexorable. La noticia provocó un efecto similar a la del 11 de septiembre de 2001.
Había sucedido lo impensable. El desastre escapaba a todo lo imaginable. Las Torres Gemelas no podían caer, ni el Titanic hundirse.
Lo que indican las cifras
Las cifras de pasajeros y supervivientes varían según las fuentes. Una de las cuentas más aceptadas contabiliza un total de 2 mil 228 personas a bordo, mil 343 pasajeros y 885 tripulantes (la capacidad del buque era de 3 mil 547 personas).
Murieron mil 523 personas. Se salvaron 705; de ellas, sólo 210 eran miembros de la tripulación, lo que indica que ésta se esforzó al máximo en ayudar a salvar vidas. La mortandad más alta tuvo lugar entre los pasajeros de tercera clase (75 por ciento de ellos murió).
En primera clase se salvó 60 por ciento de los viajeros, aunque solo 31 por ciento de los hombres (se salvó 94 por ciento de las mujeres y niños).
En tercera clase, el porcentaje de salvados desciende a 25 por ciento (14 por ciento de los hombres y 57 por ciento de las mujeres y niños). O sea que ser hombre y viajar en tercera clase fue una pésima opción.
No se puede negar que en líneas generales hubo caballerosidad a bordo: en total se salvaron 74.35 por ciento de las mujeres y sólo 20.27 por ciento de los hombres.
El punto débil y el factor lunar
A veces las presiones para terminar a tiempo influyen de manera negativa en el resultado final de un proyecto, y la constructora del Titanic, Harland and Wolff, pudo haber sido víctima de esa posibilidad.
Noventa y seis años después de su naufragio, dos científicos estadounidenses concluyeron en un estudio, que los astilleros irlandeses, quizás empujados por las prisas, elaboraron la mayoría de los tres millones de remaches que sujetaban la estructura del barco en acero de baja calidad, lo que pudo acelerar el hundimiento de la nave y evitar que muchas de las más de mil 500 víctimas pudiesen salvarse.
Metales de baja calidad y un acelerón para botar el barco en 1911, fueron factores que contribuyeron a la pérdida del barco. Esa es la conclusión a la que llegaron los expertos.
“El Titanic se hundió muy rápido y eso, sin duda, se debió a una mezcla letal de materiales de baja calidad y ansias por estrenarlo cuanto antes”, han explicado los expertos.
Más allá de los remaches y el acero de mala calidad, el escritor científico Richard Corfield señala otro elemento fatídico contra el Titanic: la Luna.
Eventualmente, la llamada ‘Corriente del Golfo’ favorece la formación de grandes cantidades de icebergs en el Atlántico Norte, cerca de Terranova, al acentuarse las diferencias de temperatura y densidad del agua entre dicha corriente cálida y la fría de Labrador. Y ese fue el caso aquella primavera de 1912.
Aunado a esto tres meses antes, el 4 de enero de aquel año, se produjo el máximo acercamiento entre la Luna y la Tierra en más de mil 400 años.
Y esa aproximación produjo un máximo en la elavación de la marea. “Cuando los icebergs pasan por el Mar de Labrador, se quedan a menudo apresados en las aguas someras y pueden tardar varios años en soltarse y continuar su viaje hacia el sur”, explica Corfield.
“La marea excepcionalmente alta de enero de 1912 pudo desprender muchos icebergs atrapados en elMar de Labrador, varios de los cuales pudieron haberse situado en la ruta del Titanic (esta posibilidad fue avalada por Donald Olson y Russel Doescher, de la Universidad de Texas, en la revista Sky and Telescope).
Otras circunstancias asociadas a los avatares que terminaron con la corta vida de famoso transatlántico fueron la fragilidad del acero del casco provocada por las bajas temperaturas del agua, la ausencia de binoculares en el puesto del vigía, el aviso de peligro de icebergs en la ruta que recibió el telegrafista y que no llevó a tiempo al puente de mando, la alta velocidad del barco y la escasez de botes salvavidas (aunque había más de los que exigía la normativa de entonces).
Pero antes, como ahora, el mejor planificador del mundo no puede eliminar todos los factores susceptibles de provocar un accidente, menos aún en una máquina tan compleja como un enorme buque de pasajeros. De vez en cuando, suficientes de esos factores individuales se combinan y la cascada de acontecimientos que se desencadena es tan larga y compleja que la tragedia es inevitable.
El Titanic era la mayor construcción móvil que había creado el hombre, un coloso del mar de alta tecnología, forrado de belleza y lujo —la apoteosis de la vanidad.
Fue proclamado ‘insumergible’, pero las aguas del Atlántico se abrieron para tragarse el barco como la ballena a Jonás. Y el hundimiento levantó una ola que no ha dejado de lamer nuestras conciencias incesante e insidiosamente durante 100 años.
Ese drama marino se llevó un transatlántico y nos dejó un nombre para adjetivar la catástrofe. No queda ya nadie que viviera aquella noche terrible (la última superviviente, Millvina Dean, que tenía entonces 10 semanas de nacida, falleció en 2009), pero si cerramos los ojos, aún podemos percibir el aire helado de aquella noche del 14 de abril de 1912, llenarse de voces desesperadas y del chapoteo de los que estaban a punto de ahogarse.
El Titanic es una de las grandes metáforas de nuestro tiempo y de nuestras vidas. “La grandeza del barco, su opulencia y su tragedia, eso es lo que recordamos del Titanic”, reflexiona Robert Ballard, el hombre que levantó el acuático sudario de sombras y encontró el buque allá abajo, a casi 4 mil metros de profundidad, en 1985, renovando el interés sobre su singladura y su hundimiento.
“Desde 1912 han ocurrido muchas tragedias peores en términos de pérdida de vidas humanas”, medita otro de los grandes nombres en la historia reciente del Titanic, James Cameron, que nos devolvió el barco envuelto en celuloide y con una pareja de enamorados adornando su proa legendaria.
“Han habido dos guerras mundiales y miles de personas han muerto en hambrunas y genocidios, pero el Titanic parece superar todo eso”, reflexiona James Camerún.
“Hay algo especial que perdura de la historia del Titanic. Creo que porque es como la novela perfecta, una novela que sucedió realmente. Había arrogancia en esa gente que pensaba que podía hacer que un barco con más de 2 mil personas a bordo fuera a toda velocidad a través de una zona desconocida y poblada de icebergs, pese a las advertencias.
Pensaban: ‘No nos puede pasar a nosotros. Somos indestructibles’” Y sin embargo sucedió.
Regreso al pasado
Cameron, que vuelve este abril del centenario con su filme Titanic (1997) remasterizado en 3D y como protagonista de un documental, recuerda que la del Titanic es una historia con héroes y cobardes, ricos y pobres, supervivientes y víctimas y decisiones correctas y equivocadas.
Resulta fascinante asomarse a las cubiertas del barco y revivir todo ese microcosmos que, como el agua que lo rodea, nos devuelve una mirada morbosamente espectacular sobre nosotros mismos. ¿Qué papel hubiéramos tenido a bordo del Titanic en la gran función de aquella noche? ¿Qué cartas nos hubiera repartido el destino y cómo las hubiéramos jugado?
El Titanic zarpó de Southampton (Reino Unido) hacia Nueva York un día como hoy, 10 de abril de 1912. Era el viaje inaugural y a bordo se acomodaban algunos de los miembros más distinguidos de la alta sociedad de la época.
A la altura de Terranova, en pleno Atlántico, el 14 de abril, a las 23:40 horas, en medio de una calma absoluta y de una noche espectacularmente estrellada, el barco chocó por el costado de estribor con un iceberg que no fue avistado a tiempo para eludirlo del todo. Dos horas y 40 minutos después, ya iniciado el día 15, el barco se hundió, tras irse sumergiendo poco a poco, de manera inexorable. La noticia provocó un efecto similar a la del 11 de septiembre de 2001.
Había sucedido lo impensable. El desastre escapaba a todo lo imaginable. Las Torres Gemelas no podían caer, ni el Titanic hundirse.
Lo que indican las cifras
Las cifras de pasajeros y supervivientes varían según las fuentes. Una de las cuentas más aceptadas contabiliza un total de 2 mil 228 personas a bordo, mil 343 pasajeros y 885 tripulantes (la capacidad del buque era de 3 mil 547 personas).
Murieron mil 523 personas. Se salvaron 705; de ellas, sólo 210 eran miembros de la tripulación, lo que indica que ésta se esforzó al máximo en ayudar a salvar vidas. La mortandad más alta tuvo lugar entre los pasajeros de tercera clase (75 por ciento de ellos murió).
En primera clase se salvó 60 por ciento de los viajeros, aunque solo 31 por ciento de los hombres (se salvó 94 por ciento de las mujeres y niños).
En tercera clase, el porcentaje de salvados desciende a 25 por ciento (14 por ciento de los hombres y 57 por ciento de las mujeres y niños). O sea que ser hombre y viajar en tercera clase fue una pésima opción.
No se puede negar que en líneas generales hubo caballerosidad a bordo: en total se salvaron 74.35 por ciento de las mujeres y sólo 20.27 por ciento de los hombres.
El punto débil y el factor lunar
A veces las presiones para terminar a tiempo influyen de manera negativa en el resultado final de un proyecto, y la constructora del Titanic, Harland and Wolff, pudo haber sido víctima de esa posibilidad.
Noventa y seis años después de su naufragio, dos científicos estadounidenses concluyeron en un estudio, que los astilleros irlandeses, quizás empujados por las prisas, elaboraron la mayoría de los tres millones de remaches que sujetaban la estructura del barco en acero de baja calidad, lo que pudo acelerar el hundimiento de la nave y evitar que muchas de las más de mil 500 víctimas pudiesen salvarse.
Metales de baja calidad y un acelerón para botar el barco en 1911, fueron factores que contribuyeron a la pérdida del barco. Esa es la conclusión a la que llegaron los expertos.
“El Titanic se hundió muy rápido y eso, sin duda, se debió a una mezcla letal de materiales de baja calidad y ansias por estrenarlo cuanto antes”, han explicado los expertos.
Más allá de los remaches y el acero de mala calidad, el escritor científico Richard Corfield señala otro elemento fatídico contra el Titanic: la Luna.
Eventualmente, la llamada ‘Corriente del Golfo’ favorece la formación de grandes cantidades de icebergs en el Atlántico Norte, cerca de Terranova, al acentuarse las diferencias de temperatura y densidad del agua entre dicha corriente cálida y la fría de Labrador. Y ese fue el caso aquella primavera de 1912.
Aunado a esto tres meses antes, el 4 de enero de aquel año, se produjo el máximo acercamiento entre la Luna y la Tierra en más de mil 400 años.
Y esa aproximación produjo un máximo en la elavación de la marea. “Cuando los icebergs pasan por el Mar de Labrador, se quedan a menudo apresados en las aguas someras y pueden tardar varios años en soltarse y continuar su viaje hacia el sur”, explica Corfield.
“La marea excepcionalmente alta de enero de 1912 pudo desprender muchos icebergs atrapados en elMar de Labrador, varios de los cuales pudieron haberse situado en la ruta del Titanic (esta posibilidad fue avalada por Donald Olson y Russel Doescher, de la Universidad de Texas, en la revista Sky and Telescope).
Otras circunstancias asociadas a los avatares que terminaron con la corta vida de famoso transatlántico fueron la fragilidad del acero del casco provocada por las bajas temperaturas del agua, la ausencia de binoculares en el puesto del vigía, el aviso de peligro de icebergs en la ruta que recibió el telegrafista y que no llevó a tiempo al puente de mando, la alta velocidad del barco y la escasez de botes salvavidas (aunque había más de los que exigía la normativa de entonces).
Pero antes, como ahora, el mejor planificador del mundo no puede eliminar todos los factores susceptibles de provocar un accidente, menos aún en una máquina tan compleja como un enorme buque de pasajeros. De vez en cuando, suficientes de esos factores individuales se combinan y la cascada de acontecimientos que se desencadena es tan larga y compleja que la tragedia es inevitable.